viernes, 23 de marzo de 2012

EL SUEÑO NEGRO



Una estructura de hierro oxidado invade mi mente. Enorme como un pájaro de alas grandes y extendidas.
Camino por las calles de una ciudad que se me impone extraña. Apenas reconozco algo. No entiendo la lengua en la que están escritas las palabras que envuelven esta ola que va y viene.
La angustia me aprieta suavemente la garganta y rodea con sus brazos mi cintura temblorosa.
La luz no existe. Un gris espesísimo, como humo denso de hogueras lejanas, me agita y me espanta. No me reconozco y no me siento dentro de mi huidizo cuerpo. No sé qué es lo que estoy haciendo aquí. Una fuerza ajena, que persevera machaconamente, me sujeta hasta el punto de inmovilizarme totalmente.
Ya casi no hablo. Sólo los gestos, desesperados e inciertos, de mi cara alumbran la locura desde donde contemplo ¿la vida?
Confusas imágenes de un extremo erotismo inalcanzable latiguean mi memoria que naufraga desconsoladamente.
El aire se esfuma por momentos y un calor seco, que se adhiere con fuerza a mi figura, derrite los pensamientos.
Una sombra nocturan con forma amorosa no consuela del todo la desesperación y las ganas de pararme.
Quisiera despertar. Pero estoy despierto. Sólo trato de no agitar demasiado el veneno que me consume.
La risa se transforma en un fantasma doloroso.
El eco lejano de las notas de una ópera trágica casi me devuelve al otro lado del espejo, pero se disuelve en mis oídos incapacitados, y me doy de bruces contra el cristal.
  

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