domingo, 28 de abril de 2013


CUANDO LA CIUDAD DUERME


El cielo amenaza lluvia, los nubarrones apenas dejan espacio a un pequeño trozo de azul apagado. No obstante, pienso que habrá gente allí abajo, en la Plaza de Neptuno. Entreveo, desde las ventanas del autobús en el que viajo, a lo lejos, la torre del reloj del Palacio de Comunicaciones, edificio del gran arquitecto Antonio Palacios, que los canallescos y estultos regidores del Ayuntamiento de Madrid, primero Gallardón y después Botella, nos robaron y sustrajeron de su valor de uso para el que había sido concebido en el segundo decenio del siglo XX. Pero es ésta una práctica común que se viene llevando a cabo desde hace años sin que a nadie parezca importarle. Despojar y desposeer a los edificios de la peculiar función para la que fueron pensados y diseñados por los artistas arquitectos me parece, como mínimo, un disparate, sobre todo si esa función aún está vigente.

El reloj, siempre visible desde la parte alta de la calle de Alcalá, es una especie de faro del tiempo que sitúa el retraso o la anticipación con la que uno va a la cita. Aunque hoy las manecillas del reloj están a punto de ser sólo una, cuando una línea recta parta el reloj en dos marcando las seis de la tarde, la cita es algo más imprecisa y no se sabe muy bien a qué hora se ha quedado.

El autobús hace su entrada en la Plaza de Cibeles, pero antes ya de bajarme puedo observar que la parafernalia represiva es harto evidente. Decenas de furgonetas oscuras aparecen por doquier. Algunas están llenas por dentro, de hombrecillos de azul oscuro pertrechados con abundante material para ejercer la violencia en cualquier momento. Otros hombrecillos pululan alrededor de sus vehículos como si fueran insectos insatisfechos.

Me muevo hacia arriba y hacia abajo de la calle Alcalá y me vuelvo a indignar, una vez más, al comprobar   cómo de manera abusiva y prepotente cierran el paso con vallas, como si estuvieran a punto de levantar un muro que fuera a dividir el barrio en dos, las calles que bordean el Banco de España y el Círculo de Bellas Artes. Camino más arriba y lo mismo sucede con la calle de Cedaceros. 

¿Hay una situación de emergencia? Para nada. Se trata, tan sólo, de una nueva convocatoria, que esta vez lleva el lema de "Asediar el congreso" en la que los movimientos sociales piden a la población que salga a la calle a manifestar su hartazgo, que lo hay y es real, a pesar de las manipulaciones de los media, y que esta vez pretende ser una convocatoria indefinida que provoque la dimisión del gobierno, el fin de la monarquía y la apertura de un proceso constituyente que emane de la gente, del pueblo, de la mayoría...

Cuando llego a Neptuno, me doy cuenta enseguida que la cosa no va a funcionar tampoco en esta ocasión. Aunque aún es muy temprano para que el grueso de la gente empiece a llegar, no noto ambiente de lucha. Sin contar la policía, que exhibe una fuerza innecesaria frente a un rival inexistente, hay casi más representantes de los medios de comunicación que manifestantes.

Como preveo que la cosa irá para largo, decido darme un voltio por la Fundación Juan March. Una cierta desazón me invade siempre que pronuncio o veo escrito ese nombre. Independientemente de las maravillosas exposiciones y conferencias que se organizan allí, no puedo olvidarme que su fundador fue uno de los artífices más importantes para que los militares sublevados contra el gobierno legítimo de la República obtuvieran una ventaja, al inicio de lo que después se convertiría en una guerra civil, que se mostró decisiva para el curso que siguieron los acontecimientos. Tal vez, sin sus más de 600 millones de pesetas, cifra enorme para la época a la que nos estamos refiriendo, con que financió a los canallas golpistas, la suerte de la guerra hubiera sido otra bien distinta.

Pero esta tarde, esa España republicana con la que siempre me he identificado, se diluye en mi memoria y acudo con emoción a escuchar una conferencia sobre una mujer que admiro profundamente. Ella es Rosa Luxemburg. Nada más descender, escaleras abajo, hacia el salón de actos, entrando en él, me coge de sorpresa encontrármelo repleto de gente. Gentes de mediana edad, burguesas, bien vestidas, con aire de no haber roto jamás un plato.

La conferencia se desarrolla con absoluta normalidad, y no deja de seguir sorprendiéndome el hecho de ver  abarrotado el pulcro  salón revestido de nobles maderas, de esas gentes, en un acto en el que se recuerda a una marxista, a una comunista, a una roja y a una mujer nada convencional.
Dentro de la formalidad y del contenido de la conferenciante, que en modo alguno parece estar próxima a las ideas de la Luxemburg, no deja de sorprenderme, cuando hace referencia a  la hipótesis que Marx maneja en el Libro Primero del Capital, que afirme sin pestañear, "que si bien no se verificaron en la época en la que Marx publicó su magna obra, sin embargo, en nuestros días, se han demostrado proféticas y verdaderas...". Digo esto, porque ya es una rara avis que en algún medio, escrito o audiovisual, se cite ni siquiera el nombre del sabio alemán. No digamos ya, entrar en materia y analizar sus tesis sobre el modo de producción capitalista, travestido desde hace años por el poder en economía de mercado, o, más recientemente, como gran innovación lingüística, en economía globalizada, o mundo globalizado. Así pues, escuchar esta tarde en la sacrosanta Fundación March el nombre del innombrable, para simular así que no existe, tiene que sorprenderme como mínimo. Y escuchar, encima, que llevaba razón, el colmo de los colmos, como si todos los resortes del control del pensamiento hubieran saltado por los aires.




Está casi anocheciendo cuando salgo del recinto, aunque todavía una cierta luz se impone sobre la inmediatez de la obscuridad. Con emoción y cierto nerviosismo me dirijo, de nuevo, hacia el abismo de la Plaza de Neptuno, dejando atrás este acomodado barrio de Madrid que se empeña en seguir viviendo de espaldas a la vida, como si la realidad sucediese lejos de allí, y tal vez sea verdad, donde quiero esperar que toda esta política corrupta y criminal sea tragada por uno de sus vórtices.

Dispersión, carreras... a la altura de Cibeles el sonido roto de los botes de humo de la policía dan buena cuenta de lo que está pasando, en realidad en dos minutos empiezo a verlo. En medio del tráfico, que en ningún momento ha sido desviado o retenido por los guardias de circulación, observo los grupos, de a cinco, de antidisturbios, que pertrechados con sus escudos giran en torno de si, dirigidos por un jefe, como en la película "Gladiator" de Ridley Scott,  cuando Russell Crowe dirige, en formación, a los gladiadores para defenderse de las cuadrigas romanas que les acechan en el circo. 
Se mueven de un lado a otro de la Calle Alcalá, persiguiendo a cualquier concentración que supere los dos individuos, parecería que estuvieran poseídos por alguna entidad maligna, sin embargo, nada de maligno hay en su actuación, porque obedece a un plan preconcebido. A pesar de que esta tarde, 25 de abril, día de San Marcos, cuando otrora los chavales con el hornazo debajo del brazo se desparramaban por los campos  para disfrutar de un día de asueto al aire libre, la convocatoria ha resultado un fracaso, y sólo unos pocos miles de ciudadanos han acudido a la convocatoria de la Plataforma en Pie. Pero como digo, todo está absolutamente organizado, y aparte de justificar el salario que pagaremos todos los ciudadanos, nos guste o no nos guste, para que esos primates vestidos de azul nos fustiguen y nos repriman hasta rompernos la crisma, hay que escenificar la fuerza que disuada, a posteriori, la posibilidad de que las gentes puedan enfrentar la violencia, que llaman legítima, del Estado. 

Pero no sólo el continuo bombardeo mediático, haciendo emerger el miedo y la desesperanza, en los días precedentes, es la causa de la pequeña presencia esta tarde en las calles para protestar contra un estado de cosas que nos lleva al averno directamente. No, la causa también llama a la actitud de ciertas organizaciones que dicen ser de izquierdas y estar con el pueblo, y que dejan mucho que desear. Me refiero a Izquierda Unida, que le ha faltado tiempo para desmarcarse de la convocatoria y sacar un comunicado de cara al poder, a los amos, en los que pretende dejar claro que ellos son "chicos buenos" y no participan en actos violentos. Más les valdría abandonar, de una vez por todas, ese Parlamento faccioso que rompe la quietud pública con el despotismo nada ilustrado que exhibe su "popular" presidente y el gobierno en pleno del sometido, a los intereses alemanes y del FMI, Mariano Rajoy. Pero no, para eso siempre les falta tiempo o, simplemente, quieren acompañar, con su presencia, la deriva antidemocrática del gobierno autoritario que dirige el país.

Son tiempos duros, tiempos difíciles, en los que la historia, al correr de los años, colocará a cada uno en su sitio. Mientras tanto, el poder sigue su marcha, sin apenas oposición real, ni dentro, ni fuera, sigue sacando leyes que conculcan los derechos de hombres y mujeres y reformas que socavan y conculcan años de luchas y mejoras en las condiciones de vida de todos nosotros.

Volviendo a casa, sin rascar bola, como siempre en los últimos tiempos, aún tengo la oportunidad de observar la esquizofrenia y la estupidez de unas "fuerzas del orden", como las llaman, aunque yo sigo prefiriendo usar la vieja y clara denominación de "cuerpos represivos", que se precipitan en sus oscuras furgonetas, casi negras, bajo la luz artificial que alumbra la noche de mi ciudad, hacia la casa de la vicepresidenta del gobierno. Evidentemente el espectáculo no puede dejar de ser más surrealista. Más de diez oscuras furgonetas ocupan la zona y sus hombrecillos de azul, armados hasta los dientes, ocupan la calzada como si fuese el prólogo de una batalla que estuviese a punto de estallar. Pero nada de eso va a suceder. Están solos, como fieras aturdidas en medio del bosque, y ningún manifestante acecha la tranquilidad sempiterna de la zona. Tan sólo algún transeúnte, que a esas horas saca al perro a hacer sus necesidades en las inmediaciones del parque cercano, que, como yo, observa perplejo la escena sin dar crédito a lo que sus ojos ven.

No es tarde, ni siquiera han dado las diez en las campanas del viejo asilo de ancianos, sin embargo, la ciudad duerme, duerme desde hace un buen rato, en este día de San Marcos, donde una vez más los monstruos amenazan con reproducirse cuando el sueño de nuestra razón empiece a manifestarse.