miércoles, 16 de septiembre de 2015

BAYREUTH, WAGNER, NACIONALSOCIALISMO



El final del mes de julio está asociado, para mí, al inicio de las retransmisiones por Radio 2, así la sigo llamando, aunque la denominación comercial ahora sea la de Radio Clásica, del Festival wagneriano por excelencia, Bayreuth. Y no suelo perdérmelo. ¿Soy acaso un compulsivo wagneriano? Pues diría que no. Aunque, desde luego, inmediatamente tengo que afirmar que adoro la música de Wagner, como adoro la música de Bach, de Mozart, Mahler, o de Schönberg por citar sólo algunos de los músicos que hacen mi vida mucho más llevadera. Y no es que necesite conectarme con la emisora para poder deleitarme con los pentagramas del compositor alemán. Tengo los vinilos de todas sus óperas, que he escuchado decenas de veces años atrás, y posteriormente en soporte de CD, en el cual suelo escucharlas en la actualidad. Sin embargo, no sería del todo sincero si no admitiera que, de vez en cuando, recurro a los vinilos, y más aún, pero esto ya mucho más de tarde en tarde, a alguna grabación que tengo en discos de pizarra para gramófonos. ¡Eso sí que es toda una experiencia!
Pero volvamos al "Festspiele" wagneriano. Lo que me divierte de esas transmisiones, con su legendario locutor español asociado a ellas, José Luis Pérez de Arteaga, son las mil y una anécdotas en torno a la estructura, funcionamiento, dirección y elenco artístico participante, que Pérez de Arteaga expele cada año. Incluso las fases lunáticas que atraviesa, en ocasiones, el musicólogo que, dependiendo del año, hace que la retransmisión quede algo obscurecida por sus comentarios extremos. Eso sí, lo que no suele faltar, al inicio de cada conexión, es la tranquilizadora voz femenina alemana, aunque este año haya primado el locutor masculino, que va diciendo la lista de radios extranjeras que conectan, en directo, con el festival, y presenta la ópera en cuestión que va a ser inmediatamente retransmitida. Podría decir, incluso, aunque sin llegar a tanto, que esa voz sugerente alemana me lleva a pensar en la voz, ésta sí fuertemente seductora, atrapadora y no sé cuantas cosas más, de la computadora "Samantha", Scarlett Johansson, en la magnífica película "Her". No, la locutora alemana está lejos de la voz ronca y rota de la Johansson en esa película, pero te introduce maravillosamente a la audición wagneriana.
Al margen de todo esto, hace ya algunos años que pienso en algo que tiene que ver con el título de estas líneas. Contrariamente a lo que se afirma en muchas ocasiones, ni la música de Wagner es música nacional, o nacionalista, alemana en este caso, ni irradia ningún tipo de mundo totalitario.
Cuando uno escucha su música, sabe perfectamente que está dentro de eso que fue el origen del romanticismo, el "Sturm und Drang", tormenta e ímpetu en español. No sólo, los pentagramas de todas sus composiciones están atravesados por ese ímpetu, por ese furor romántico, que sabe llevar hasta sus últimas consecuencias. Pero voy a ir un poco más lejos. Las revoluciones en Europa de 1848/1849, magistralmente analizadas por Marx en  Las luchas de clases en Francia, donde da cuenta de cómo el proletariado de París se dejó llevar con deleite por una borrachera generosa de fraternidad y cómo, también, esa fraternidad duró el tiempo durante el cual el interés de la burguesía estuvo hermanado con el del proletariado, me lleva a recordar que el compositor de Leipzig participa en las barricadas de Dresde en mayo de 1849 para reclamar libertades constitucionales y realizar la unificación nacional alemana. En esas mismas fechas había recibido la visita del anarquista Mijail Bakunin, de quien, junto con Proudhon, estuvo influenciado desde el punto de vista  político. Dicha participación le costó el exilio. Un exilio que duró más de doce años.
Hasta el estallido de la revolución, Wagner había compuesto ya "Rienzi", "El Holandés Errante", "Tannhäuser" y "Lohengrin". Sin embargo, antes de abandonar Dresde había esbozado lo que luego sería el ciclo del "Anillo del Nibelungo". Y es ahí donde pienso que se produce algo que tal vez pudiera ser deudor o deudora del fracaso revolucionario de Dresde, y ese algo no es otra cosa que el refugio, la consolación del músico en el arte, en su arte, en la música, como exponente máximo, radical y más acabado de la expresión artística humana. O sea que, gracias a ese fracaso revolucionario, tal vez, hemos tenido la fortuna de poder disfrutar de esa música enorme que es el "Anillo", "Tristan e Isolda" o "Parsifal". Aunque no quiero, tampoco, dejar de señalar que, quizás, a consecuencia de esa frustración política que supone el revés revolucionario, el compositor abrace rancias concepciones antisemitas que en nada dicen de su inteligencia, también política, pero que tampoco tuvieron una capital importancia en su vida. También se convirtió, al final de su existencia, en un defensor de los derechos de los animales.
Después, pasados ya muchos años, al inicio de los años treinta del pasado siglo, Alemania penetra de manera absoluta en la senda del mal que se había iniciado ya al final de la gran guerra, también en suelo germano. Y es en ese período donde empieza a trastocarse todo. Es bien sabido que el canciller del Reich, Adolf Hitler era un devoto seguidor de su música y que acudía, durante ese período en el que en Alemania la inteligencia fue destruida y millones de seres humanos asesinados en los campos de concentración, a escuchar sus óperas en Bayreuth. También algunos de los gerifaltes nazis, aunque la mayoría odiaba esa música. Y que los familiares del compositor manifestaron ciertas simpatías por ese régimen de terror. De todo eso, al final de esa terrible experiencia que trajo consigo también la segunda guerra mundial, su música no salió indemne. Hasta tiempos muy recientes, gracias al director y compositor de origen judío, Daniel Barenboim, la música de Richard Wagner no podía ser interpretada en el Estado de Israel. No sólo, esa muletilla, completamente anacrónica, de nazi que se le ha atribuido al músico alemán, sigue percutiendo en los oídos contemporáneos.
La música de Wagner encarna, como pocas, ese ideal romántico, ese furor que provoca el amor en el cerebro y en el corazón humanos. Así que, ni música que representa, como querían los teóricos de ese régimen, de los ideales nacionalsocialistas, ni del Reich alemán. No me interesa lo más mínimo saber el por qué un ser infecto y un mediocre artista como fue Adolf Hitler, estuvo interesado y disfrutaba de esa música inmortal. Con toda seguridad, un genial judío austriaco, uno de los más grandes pensadores de todos los tiempos, habría podido explicarnos el por qué de la capacidad de emocionarse con esa música única y al mismo tiempo ser uno de los mayores criminales de toda la historia.