domingo, 19 de julio de 2015

CONTRA ALEMANIA,
CONTRA LA SOCIALDEMOCRACIA



En alguna de las entradas que componen los Escritos de un Salvaje, Paul Gauguin afirma: "Odio a Dinamarca y a los daneses". No seré tan radical como el genial e intransigente artista a la hora de escribir sobre el país de Richard Wagner o Karl Marx, por citar tan sólo dos de los grandes nombres de la historia de ese territorio. Alemania está a la orden del día igual que lo estuvo en otros momentos históricos, y la vuelve a armar como ya lo hiciera en otras ocasiones. La votación producida en ocasión de la negociación con el Estado Griego en el Parlamento de Estrasburgo aclara algunas cuestiones para entender el por qué de los acontecimientos. Sabido es que actualmente, aunque no sólo sucede ahora, en Alemania hay un gobierno de concentración nacional en el que mandan conjuntamente la derecha que representa Angela Merkel y el partido socialdemócrata. Así que, sin lugar a que la sorpresa pudiera producirse, era algo harto improbable, por no decir totalmente imposible, con Alemania, y con la madre de todas las socialdemocracias, esto es, la alemana, todos los partidos socialdemócratas votan, como una piña, junto a la Troika y a los intereses económicos que tan bien defiende la canciller alemana. Pero dejemos, de momento, de lado a la señora Merkel y centrémonos en la socialdemocracia alemana. El SPD, para no desdecir la terrible y sangrienta historia que lleva a sus espaldas y por la que aún, que se sepa, no ha pedido perdón públicamente, vuelve a ser el partido de Estado que siempre ha sido en los momentos históricos decisivos. Por lo tanto, con la crisis griega, llega el momento de demostrarlo una vez más y vota al dictado de la canciller alemana, arrastrando en su infamia al resto de los partidos socialistas europeos. Hagamos, pues, un poco de historia y retrocedamos en el tiempo para poder ver con claridad lo que sucede en la actualidad. 4 de agosto de 1914, en el Reichstag, parlamento alemán, se vota el otorgamiento de créditos de guerra para que el imperio, a cuyo mando está el Káiser Guillermo II, pueda afrontar la guerra con los fondos necesarios. El SPD, partido socialdemócrata alemán, cierra filas con el Káiser votando a favor de los bonos de guerra, rompiendo así con la manifestación mantenida hasta esa fecha, la de considerar toda guerra como expresión imperialista contraria a los intereses de los trabajadores. Inicia, así, la deriva criminal que se confirmaría unos años más tarde.Sólo algunos diputados, los que pondrían en pie la Liga Espartaquista y el Partido Comunista Alemán, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, entre otros, votan en contra, pagando con la cárcel su valiente osadía.
Noviembre de 1918, comienza, en medio de la derrota final de las tropas alemanas en el frente, la llamada revolución de los consejos. En realidad, una revolución socialdemócrata llevada a cabo por socialdemócratas. Y lo más terrible, una revolución que dos meses después, en enero de 1919, será sofocada a sangre y fuego por dirigentes socialdemócratas, Ebert y Noske, entre otros. Traición sin precedentes y sin límites en la historia del movimiento obrero. Frente a la posibilidad de acabar para siempre con el imperio y la monarquía, junto a las clases aristocráticas y reaccionarias, y posibilitar una salida verdaderamente democrática y popular a la crisis de 1914, el SPD y sus dirigentes pactan con la élite más casposa y criminal del Reich para sofocar el intento que la revolución de los consejos suponía de abrir una posibilidad de libertad económica y política para la gran mayoría del pueblo alemán. El asesinato, de la manera más cruel imaginable, destrozándolos, primero, a culatazos y disparándoles a la cabeza, después, mientras dormían, de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, simboliza la perfecta unión entre la reacción que llegará pocos años después bajo la sigla del NSDAP, los nazis, y la estupidez interesada y vilmente frívola de la socialdemocracia. Aparentemente, la fundación meses después de la mediática e históricamente sobrevalorada República de Weimar, puesta en pie sobre miles de cadáveres alemanes, habría servido para enderezar a la canalla alemana. Sin embargo, los acontecimientos posteriores pondrían de manifiesto que el mal estaba hecho, y que el origen del mal anidaba en el suelo de una cultura legendaria que no fue capaz de reprimir la pulsión de muerte. Durante el ascenso del nacional socialismo, no sólo, pero en gran parte debido a estos acontecimientos infames, no fue posible la conjunción de comunistas y socialistas para detener a Adolf Hitler. La extremísima caracterización stalinista de la socialdemocracia, al denominarla socialfascista, esconde el verdadero rostro de ella, es decir, la de partido del Estado, que, por encima de todo, y sobre todo, obedece a él, y sólo a él, aunque tenga, para ello, que sacrificar a millones de hombres y mujeres. La continuación del horror acaecido en las trincheras de 1914-1918, con la barbarie y el salvajismo de 1939-1945, esta vez incrementado con la eliminación de millones de seres humanos, sobre todo judíos, en los lager alemanes, hacen que la responsabilidad socialdemócrata de los acontecimientos de 1918-1919 no sea baladí. De no haber traicionado la revolución, a sangre y fuego, los europeos podríamos habernos ahorrado millones de muertos. Sin embargo, aún hoy, el SPD, la socialdemocracia alemana, no ha pedido perdón por esa horrible traición iniciada en aquel lejano agosto de 1914. Mientras no entone el mea culpa, y no lo hará jamás, no habrá expiado sus pecados frente a Europa y al mundo. 
Pero volvamos a nuestro tiempo, a nuestros días, y pongamos un nuevo ejemplo, tampoco banal, del modo de ser de la socialdemocracia, esta vez en nuestro país, en España. Recientemente hubo una moción por parte de algunos diputados del grupo minoritario en el congreso de los diputados, exigiendo el cumplimiento de la petición de extradición cursada por la Interpol, después del procedimiento llevado a cabo por una jueza argentina, dentro de la llamada "querella argentina", impulsada por antiguos detenidos y represaliados de la última fase de la dictadura, inculpando por crímenes de lesa humanidad a altos cargos de la dictadura franquista. Pues bien, siguiendo con la vieja tradición de servidores del Estado, el PSOE, la socialdemocracia española, votó, junto al PP, la derecha española, en contra de la petición de extradición para poder ser juzgados en argentina por aquellos crímenes. Nada tiene de extraño, al menos para mi, lo hicieron hace algo más de tiempo cuando reformaron el artículo 135 de la constitución para someterse al dictado de la Troika europea. Por lo tanto, debo decir, con claridad, que aborrezco la socialdemocracia, la del norte, la del sur, la del este, y la del oeste. No me gustan sus métodos, ni sus formas. Y me echo a temblar cuando los dirigentes de un partido, Podemos, del que aún me empeño en esperar alguna cosa en una cierta dirección, se declaran ahora socialdemócratas, alabando los parabienes, sobre todo, de la escandinava, de esos países en los que no querría ni mirarme aunque el resto de las aguas bajasen negras. Lo dice la literatura más reciente, las películas basadas sobre esta. Dinamarca, Suecia y Noruega están a punto de estallar, de saltar por los aires, sus sociedades están podridas, son reaccionarias y crecientemente xenófobas.
¿Y sobre Alemania, qué decir? Pues sobre Alemania poco más se puede decir, que tratan de volver a sacar la cabeza, por el momento sin armas, como ya lo hicieran otras veces en la historia, sacar la cabeza imponiéndose sobre otros pueblos, sobre otras identidades. Guiar a Europa, conducirla, hacia un nuevo precipicio. Esperemos que esta vez algún grupo político o algún movimiento tenga la clarividencia y la valentía para poder imponer unos criterios que desarrollen un proyecto que acabe con la explotación sempiterna capitalista.