lunes, 15 de junio de 2015

"¡EL ORDEN NO REINA EN MADRID!"



Todo ha sucedido muy rápido, sin casi tiempo para podernos dar cuenta de lo que ha pasado, de lo que hemos conseguido. Después de casi tres décadas de gobierno municipal de la derecha más extrema, fascista, para ser más claros, el pueblo de Madrid, los ciudadanos, irrumpen de la mano de una candidatura unitaria y de la mano de una mujer, Manuela Carmena, que aúna un sinfín de identidades, desde las gentes que vivieron y sufrieron la dictadura, con tortura, cárcel e incluso muerte, hasta los últimos meses de vida del dictador, del generalísimo Francisco Franco, noviembre de 1975, hasta las gentes de las nuevas y medianas generaciones que no tuvieron que atravesar aquel obscuro túnel. Y esto, que acaba de suceder el otro día, el sábado 13, es histórico en el sentido más fuerte de la palabra, y tendrá consecuencias. Porque no hablamos de otro momento importante en la historia reciente de nuestro país, de nuestra ciudad, abril de 1979, cuando un viejo profesor de filosofía, Tierno Galván, entraba en la alcaldía de la ciudad, después del larguísimo paréntesis de la dictadura, en las primeras elecciones democráticas desde 1936, gracias al apoyo y al acuerdo del PSOE con el PCE, socialistas y comunistas unidos al poder. Porque con ser importante aquel suceso, en aquellas circunstancias políticas, en realidad suponía la normalidad política que esos dos partidos habían aceptado con el pacto que llevaron a cabo con los restos del franquismo, dando lugar a eso que se llama transición española, o régimen de 1978, como se dice recientemente, y que yo prefiero llamar, para ser riguroso con la historia, ley de punto final que impidió, que impide, juzgar a una de las dictaduras más execrables, aunque todas lo son, de la vieja Europa. Impunidad refrendada en el Parlamento español democrático, con los votos del Partido Socialista, la socialdemocracia española, en una acción típica, como tantas, a través de la historia, que iniciara la madre de todas las socialdemocracias europeas, la alemana, cuando reprimió a sangre y fuego la revolución de 1918, arrojándonos a todos, alemanes, europeos y resto del planeta, por el precipicio de 1933 con la llegada de Adolf Hitler y los nazis al poder, y permitiendo que el mal se adueñara de la sociedad humana provocando millones de muertos. Alguna vez tendrá que pedirnos, a todos, perdón el SPD alemán por aquellos hechos que nos condujeron a aquel suicidio colectivo que sigue produciendo daños colaterales.


Pero como decía antes, lo que ha sucedido este mes de junio de 2015 es algo completamente nuevo, no experimentado antes en nuestro país desde el final de la dictadura. El Ayuntamiento de la capital del reino de los Borbones va a empezar a estar dirigido por gentes, grandes y pequeños, profesionales o autodidactas, que representarán a toda esa masa de ciudadanos que manifestaron su indignación aquel ya lejano 15 de mayo de 2011 en la Puerta del Sol, restableciendo una línea invisible que atraviesa todo ese período fecundo hasta llegar al día de hoy, con sus luces y sus sombras, con sus luchas, victorias y derrotas, con sus represiones y sus alegrías. Y podremos darle la vuelta a aquel eslogan gritado a pulmón abierto hasta la extenuación: ¡Qué no, qué no nos representan!, por este que el pueblo de Madrid gritaba a las puertas del Ayuntamiento, la otra mañana, el pasado sábado: ¡Qué sí, que sí nos representan! Ellas y ellos nos representan, a casi todos, porque a algunos, a los insolidarios, a los que llevan el mal en sus cerebros, a los deshonestos, a los corruptos, a esos, no, a esos habrá que arrojarlos a las tinieblas para siempre.
Y tendremos una rémora porque, para que estas gentes estén sentadas en los sillones del poder del consistorio, hemos tenido que contar con el apoyo de esa socialdemocracia de la que hablaba antes, cuya herencia pesa sobre sus conciencias.
Pero mientras tanto empezaremos a vivir y a disfrutar de una ciudad que habrá que ir recomponiendo, que habrá que ir recuperando, habilitando sus edificios para lo que estaban pensados y diseñados: Palacio de la Música, Teatro Albéniz, Edificio España y tantos otros. Tendremos que poner fin a los destrozos que la maldad y la avaricia de una derecha predadora ha producido en nuestra ciudad. Detener, decretando el año cero de la contaminación, el pulular de miles y miles de coches que nos envenenan y nos matan, a todos, ancianos, jóvenes, maduros, niños. Restituir la memoria y la identidad que la canalla fascista ha intentado destruir por todos los medios dando nombres infames a lugares de lo común, de la ciudadanía: Vodafone Sol y línea 2 Vodafone, en sustitución de estación de Sol y línea 2 o Barclays Card Center sustituyendo completamente el antiguo de Palacio de los Deportes. Ejemplos éstos de lo que ha venido aconteciendo en los últimos años en nuestras calles, en nuestras vidas. 

Aunque no he nacido en esta ciudad, habito en ella desde el ya lejano 1968, es mi ciudad y la amo con todas mis fuerzas y todo mi corazón, no sólo porque dentro de sus muros y de sus infinitas intersecciones he amado, he sufrido y he vivido, sino porque es una ciudad con una arquitectura única, porque he disfrutado de sus innumerables cines, muchos de los cuales se perdieron por el camino, por la especulación, por la falta de interés cultural, por tantas y tantas cosas. Y la he amado incluso en esos años grises, donde incluso la policía era gris, donde sus edificios y sus calles eran grises, donde el silencio era el sonido característico de su cotidianidad. En unos tiempos en que cualquier apuesta innovadora estaba condenada al fracaso o a la clandestinidad más absoluta. Donde la cultura, la poca permitida, estaba al servicio de la propaganda más abyecta.

Pero este último sábado, el 13 de junio, me he contagiado, me he impregnado de la alegría de las gentes que, a pesar de la convocatoria del miedo de grupúsculos fascistas y facciosos, y del cinturón extremo de la policía, quisimos salir a la calle, acudir hasta el Ayuntamiento, hasta la plaza de la Cibeles, para apoyar un acto político sin precedentes, la investidura de una nueva alcaldesa, Manuela Carmena, y toda su candidatura de Ahora Madrid, para reclamar, de una vez por todas, la dignidad, la democracia, la justicia y la verdad. La recuperación de los espacios comunes, y de las palabras comunes.

Y en medio de todos esos abrazos y de todas esas gentes iguales a mi, he recordado a una mujer que hace ya muchos años trató, con todo su saber y todas sus fuerzas, de contribuir a luchar para liberar a la humanidad del mal en términos absolutos, ese que parte de la idea de que el otro que no soy yo mismo es mi enemigo. Se llamaba Rosa Luxemburg, y en su testamento político, antes de ser brutalmente asesinada junto a otros muchos revolucionarios, espartaquistas o no, escribió unas palabras dirigidas a su ciudad, Berlín, aunque tampoco había nacido en ella, en la que resumía el fracaso de esa revolución de la que hablaba al principio. Sin embargo, me voy a permitir cambiar no sólo el nombre de la ciudad, Berlín por Madrid, sino el sentido de su proclama, afirmando en positivo lo que el título de estas líneas anuncian: "¡El orden no reina en Madrid!" ¡Esbirros estúpidos! Vuestro "orden" era un castillo en la arena. Ahora la revolución se "levantará de nuevo clamorosamente", y para espanto vuestro proclamará: ¡Era, soy y seré!