viernes, 3 de febrero de 2017

LA BARBARIE Y LA GUERRA


Que la barbarie representa ausencia de cultura y civilidad es algo bien sabido, también que conlleva altas dosis de crueldad por parte de quien se encuentra sumida en ella. Sin embargo, no por ello la barbarie ha desaparecido de nuestro horizonte, cuando llevamos algunos siglos de lo que podríamos denominar civilización, todo lo contrario. Sin tener que retrotraernos a las salvajadas y a las matanzas en serie de las dos guerras del siglo XX, que pusieron en duda el supuesto alto grado de civilización ya alcanzado por la especie humana, nos seguimos encontrando inmersos en esa pertinaz pulsión de aniquilar al otro.

Las noticias y las imágenes que nos llegan de la guerra en Siria, y muy en concreto de la ciudad de Alepo, nos indican que nada o muy poco ha cambiado. No me resisto, una vez más, a traer aquí la recomendación de seguir leyendo a uno de los clásicos, con los que más empeño muestran los mass media e incluso las academias, de cualquier tipo, en hacernos creer que está ya pasado de moda o que sus teorías están más que superadas. Sí, me refiero al judío vienés, al Doctor Sigmund Freud. Él ya nos advirtió en sus escritos de la delgada capa que nos separa de esa pulsión originaria de matar. Apenas se rasca un poco, sale ese predador que se esconde adormecido tras décadas de represión, en el buen sentido, cultural. No sólo lo vemos en los conflictos armados, también en la cotidianidad de las sociedades más avanzadas que, por ahora, parecen estar a salvo de las matanzas en serie de congéneres. Me refiero a la violencia de género, al goteo incesante e imparable del asesinato, a manos de los predadores machos, de mujeres: jóvenes, medianas o maduras. No obstante, no me quiero detener ahora a analizar esta pertinaz violencia que, quien sabe si podría tener que ver con algo que el descubridor del psicoanálisis analizaba a finales del siglo XIX, que ponía en relación a la neurósis de pánico y el coitus interruptus. Dejémoslo ahí.

El horizonte capitalista del siglo XXI empieza a encontrarse con algunos topes materiales insuperables. El consumo desaforado de energía basada en el petroleo acabará más pronto que tarde, con lo que el bienestar que conocemos hoy, en las sociedades occidentales, sobre todo, se verá seriamente amenazado. La crisis energética y la crisis de un modelo basado en el consumo permanente de los recursos limitados del planeta que habitamos, hará que cambie el paradigma sobre el que hacemos nuestras previsiones y nuestras teorizaciones. Un mundo incierto y nada previsible está ya ante nuestros ojos. Es entonces cuando la guerra interviene para indicarnos por dónde van a ir los tiros. 

Entre la gran guerra de 1914-1918 y la segunda guerra mundial, pasaron sólo veinte años. Ahora, podemos comprobar que desde la finalización de la última han pasado ya más de setenta años. ¿Qué nos indica ésto?, algo muy simple. El capitalismo se ha extendido a lo largo y a lo ancho del planeta, eso que los media, de manera algo frívola, llaman la globalización, así que, con mucha seguridad, no será necesario que utilice la consabida carta de provocar una conflagración a escala mundial para asegurar su cuota de beneficio. El capitalismo ha mutado, es otro. La mercancía no es sólo una, como en la época de la acumulación originaria, aquella que Marx analizara en el libro primero del capital. Ahora, en nuestros días, la reproducción a escala ampliada se ha materializado. Toda la sociedad, todas las sociedades, producen y reproducen capital. Tiempo de trabajo y tiempo de ocio están dentro de la esfera de la reproducción ampliada. También las mercancías materiales e inmateriales. Marx  lo analiza, ya sea en los Grundrisse, ya sea en el capítulo sexto, inédito, del libro primero del capital. El mérito, para mí, del sabio alemán, consiste en haber sabido anticipar cuál sería la evolución de un capitalismo que, cuando analizaba la gran industria inglesa, estaba todavía muy lejos de lo que devendría después.

Alepo y los demás conflictos anticipan el sentido de las guerras futuras, aunque el futuro ya está aquí. La literatura de ciencia ficción y las pelis, que pueden mostrarnos imágenes de aquello que las palabras intentan decirnos, han sido y son la fuente más segura de por dónde van a ir las cosas. El escenario de películas como el primer Terminator, no están tan lejanos como nos puede parecer. El conflicto, los conflictos, por la posesión de elementos básicos para la vida, como el agua y las fuentes de energía, van a generar luchas a muerte en cualquier lugar del planeta. El estado de bienestar, tal y como lo concebimos, desaparecerá del horizonte. Focos permanentes de enfrentamiento dibujarán un mapa que ocupará el planeta por completo. La lucha de clases cubrirá todos los aspectos de la vida, no sólo el viejo de la propiedad de los medios de producción. Sin embargo, nada de esto aflora en el debate político. Se habla y se vive como si las cosas no hubieran cambiado ya. Eso es lo que más me sorprende, aunque no tanto. Se discute de la inmediatez, inmediatez que es deudora de ese próximo futuro del que estoy hablando. Se soslayan las grandes cuestiones que implican la salvación o la destrucción de la vida y, por consiguiente, del planeta. La política ha dejado de ser creativa, se conforma con las migajas del día a día, se conforma con nada.

Alepo y otros ejemplos son un aviso, y también una indicación, pero seguimos analizando los conflictos en términos arqueológicos, en términos antiguos, viejos, periclitados. No obstante, la realidad es pertinaz y acaba imponiéndose, y nos daremos de bruces con ella.