miércoles, 3 de julio de 2013

LA BANALIDAD DEL PODER

LA BANALIDAD DEL PODER



Surge siempre la tentación de considerar ciertas acciones políticas como el producto de mentes perversas, de cerebros ofuscados; sin embargo hace ya mucho tiempo que la pensadora Hannah Arendt nos mostró el camino para entender lo que se esconde detrás de dichas acciones. 

El Ayuntamiento de Madrid, la Comunidad de Madrid, el poder político que representa a la mediocridad y banalidad más absoluta, acaba de poner en escena un acto que va más allá de  lo que podríamos pensar que es tolerable, y esta acepción plantea ya en sí un cierto problema. Cualquiera podría plantearnos qué significa tolerar... No obstante, lo que quiero plantear, más allá del problema conceptual de ciertas palabras, sobrepasa el análisis gramatical. 

La Puerta del Sol, una de las plazas públicas esenciales en el devenir de la propia ciudad, alberga una estación metropolitana que lleva el mismo nombre de la plaza: Sol. Así había venido siendo hasta ahora desde tiempo inmemorial. Y digo hasta ahora, porque ese ahora ha estallado en mil pedazos. 

La vieja, la legendaria, cruce de direcciones y caminos, estación que formaba parte de la primera línea de metro inaugurada por Alfonso XIII, allá por octubre de 1919, ha dejado de existir. La nueva denominación, así, como si nada, y ahí se sitúa el problema de la banalidad, es: Vodafone Sol. No sólo, a partir del próximo uno de septiembre se da un paso más: una línea de metro, que cuenta entre sus estaciones la de Sol, la línea 2, pasará a denominarse: línea 2 Vodafone.

No obstante el disparate que supone este claro sometimiento a los intereses depredadores del capital, materializados en el nombre de esa compañía multinacional de telefonía, apenas pocos ciudadanos parecen haber caído en la cuenta de la gravedad de tal medida.

El asunto no es en absoluto baladí, no se trata del cambio o la imposición de una marca comercial que se antepone a un vocablo y ahí se acaba todo. Las consecuencias van mucho más allá. Sol aúna y da razón de ser de una identidad conformada en el tiempo que ahora se estrangula. La confusión mental y la desorientación espacial que esto provoca tampoco es cosa de poco. La medida conlleva el cambio de direcciones, pasillos, andenes, mapa de la red, etc. etc. La palabra Sol explica el espacio que evoca y los correlatos que lo componen.

Pero nada de esto importa, se habla de cifras millonarias que son importantes para la compañía, e incluso se tiene la desvergüenza de que todo ello repercutirá para que los ciudadanos que usan este servicio público paguen menos... Pero que nadie caiga en la tentación de pensar que esto que acontece contra nuestras vidas y nuestra salud mental, sea la obra de un psicótico depravado o alguien malvado o monstruoso. Más bien, la peligrosidad viene dada por algo mucho más normal, mucho más banal. Se trata de que el funcionario o el político de turno acatan y obedecen dictámenes que favorecen intereses privados y concretos sin tener la más mínima conciencia de que con ello repercuten negativamente en el normal desenvolvimiento de la vida de sus conciudadanos. Sin pretender, a sabiendas, que están causando un enorme daño a los sujetos que se mueven por la ciudad.

Sin embargo, no por ello la medida deja de ser brutal y terrorífica. Incide de manera inmediata, aquí y ahora. Y no sólo a nivel simbólico que es donde se produce el estallido. La violencia que se desprende de semejante decisión es transparente. Nadie hay escondido detrás de las cortinas. Ninguna clandestinidad en dicha acción. Todo sucede a pecho descubierto, sin máscaras y sin engaños. Se decide y se hace, incluso a bombo y platillo, con cámaras y micrófonos, no hay nada que ocultar. Sol ya no existe.