sábado, 12 de diciembre de 2015

CONTRA CIUDADANOS



Vaya por delante que no creo, nunca lo he creído, que los cambios políticos reales y profundos de un país, en cualquier encrucijada histórica, se puedan producir a través de las urnas. La democracia representativa, validada a través de las papeletas depositadas en esos paralelepípedos de plástico transparente, sirve para establecer el consenso necesario que el modo de producción capitalista necesita para imponerse en todo el planeta. Aunque, como también es sabido, en muchas ocasiones se sirva de dictaduras, golpes de estado y otras tropelías para alcanzar sus objetivos. Pero digamos que, en líneas generales, el mejor escenario para ese modelo, que necesita de paz, tranquilidad y obreros que dediquen su saber e inteligencia a producir y no a otros menesteres, es la democracia parlamentaria.
Dicho ésto, voy a intentar analizar lo que pueden determinar las elecciones generales del próximo día veinte de diciembre. Unas elecciones que llegan en un contexto histórico-político algo distinto a lo que teníamos hace tan sólo cuatro años. Tras el duro ajuste impuesto por el capital internacional durante estos años, el país se arrastra y languidece con apenas unos pequeños asideros de eso que en derecho político se llama soberanía. Con una ley electoral, implantada durante ese proceso que se ha dado en llamar "transición", y que yo llamo ley de punto final, por eximir a la dictadura de sus responsabilidades penales y otras, que daba al traste con la que regía en el país hasta febrero de 1936, es decir antes del golpe de estado fascista, las posibilidades de que la representación real del país pueda estar presente en el parlamento son bastante escasas. No obstante, con esas cartas seguimos jugando desde la constitución de 1978, constitución contra la que yo voté en contra. A pesar de todo, estamos en 2015 y se van a celebrar unas elecciones que, de una forma u otra, afectaran a las vidas cotidianas de millones de ciudadanos de este país. Con los dos grandes partidos, PP y PSOE, sostenedores del sistema puesto en pie entre franquistas y parte de la oposición a la dictadura, lastrados por corruptelas varias y leyes antidemocráticas de hondo calado, el panorama, en esta ocasión, se va a completar con la irrupción de dos nuevas fuerzas electorales, Ciudadanos y Podemos. Dejo fuera, en este apresurado análisis, a la cada vez menos existente Izquierda Unida, prácticamente desaparecida en las últimas elecciones municipales y autonómicas. Siendo Podemos la única plataforma o herramienta de izquierdas que la ciudadanía tiene, para poder expulsar del área de las instituciones  al binomio bipartidista, y no siendo objeto de mi análisis en este momento, quiero centrarme,a la hora de meditar los peligros que nos acechan, en las posibilidades electorales de esa organización llamada Ciudadanos a cuyo frente se sitúa un remedo de Terminator.


Ciudadanos, una alternativa de los poderes fácticos españoles, puesta en pie hace años en una zona del Estado, Cataluña, que operaba como célula durmiente, es activada en los comicios municipales y autonómicos del mes de mayo pasado, una vez que se vislumbra por esos mismos poderes que la alternativa Podemos puede ser peligrosa y que, sobre todo, la carta de la derecha clásica, que representa el PP, está ya algo agotada.Y hace caer del cielo, como en la película de Cameron, a su Terminator. Albert Rivera explosiona en todos los medios a raíz de los magníficos resultados obtenidos en esos comicios antes mencionados. Es tan peligrosa la alternativa que él representa, y él mismo, por supuesto, que una parte de la ciudadanía es incapaz de visualizar al Terminator que lleva dentro. Se le ve como un chico joven, apuesto, que sabe hablar, que tiene buena pinta y que habla de cambio. Antes de las elecciones a las que antes me refería, eran pocos y estaban enclaustrados en el territorio catalán. Después, ayudados por los departamentos de recursos humanos de distintos sectores y diversas empresas, empezaron a sacar fuera estampitas masculinas y femeninas muy bien coloreadas. Con alguna pequeña excepción, la exultante juventud era su marca de presentación. El culto a la personalidad del líder carismático rebajaba un poco su intensidad para dar paso al culto a la juventud. Ellos y ellas, hasta hace muy pocos meses inexistentes, invisibles, aparecían a centenares, a miles, dispuestos a imponerse sobre la realidad como una calcomanía perfecta. Y, curiosamente, en estos tiempos de rencillas por la igualdad de género, "ellas, ciudadanas", son mayoría. Tanto que el partido podría llamarse Ciudadanas y no Ciudadanos. Pero al margen de la ocurrencia, quiero decir que el intento de aparecer, sobre todo ellas, barnizadas con un cierto "estilo" moderno, progre o en sintonía con una cierta tendencia social y cultural, no les hace dejar de ser lo que son: burguesitas rancias con escaso gusto estético y mucho maquillaje y peluquería. Eso sí, han sido adiestradas en la verborrea vacua y en el mantenimiento de una mirada que pretende ser seductora.


Hay un alto porcentaje, según las siempre interesadas, manipuladas y poco veraces encuestas, de indecisos. Son ellos, los primeros que tienen que visualizar al nuevo Terminator. Y no les debería resultar demasiado difícil, porque en los últimos días la careta y la piel empiezan a dejar ver ya claramente el maléfico robot que se esconde detrás de su jovial y sonriente apariencia. Rivera confunde, o mejor, ya no esconde, sus recetas contra la violencia machista, o su idea  para atajar el terrorismo radical del Isis. Tampoco el nulo interés o preocupación sobre la impunidad del franquismo y el derecho de las víctimas a recibir justicia y reparación, sobre las que se ha permitido el lujo incluso de banalizar el holocausto español. Los ojos y la dentadura del espectral Terminator son ya visibles. El peligro, entonces, ahora, en este mes de diciembre extrañamente cálido, no es ni Rajoy, ni Soraya Sáenz de Santamaría, ni, por supuesto Pedro Sánchez. El peligro es el ciudadano Rivera y sus secuaces, y por supuesto lo que hay detrás de ellos. El poder más recalcitrante y rancio de nuestro país, aunque pretendan enmascararse con carátulas apriorísticamente más benévolas. Y es tal la preocupación que me invade, ante la posibilidad de que su porcentaje electoral sea tan decisivo que permita instalarse por otros cuatro años a la derecha fascista, y cutre de este país, en la que ciudadanos también está instalada, aunque bajo una careta muy bien construida, que apelo y que grito a la inteligencia colectiva de esos indecisos y de los que no lo están para que no se dejen seducir por los cantos de las sirenas anaranjadas. Porque Ciudadanos no representa ningún tipo de cambio, sino la consolidación de la reacción postfranquista.






miércoles, 16 de septiembre de 2015

BAYREUTH, WAGNER, NACIONALSOCIALISMO



El final del mes de julio está asociado, para mí, al inicio de las retransmisiones por Radio 2, así la sigo llamando, aunque la denominación comercial ahora sea la de Radio Clásica, del Festival wagneriano por excelencia, Bayreuth. Y no suelo perdérmelo. ¿Soy acaso un compulsivo wagneriano? Pues diría que no. Aunque, desde luego, inmediatamente tengo que afirmar que adoro la música de Wagner, como adoro la música de Bach, de Mozart, Mahler, o de Schönberg por citar sólo algunos de los músicos que hacen mi vida mucho más llevadera. Y no es que necesite conectarme con la emisora para poder deleitarme con los pentagramas del compositor alemán. Tengo los vinilos de todas sus óperas, que he escuchado decenas de veces años atrás, y posteriormente en soporte de CD, en el cual suelo escucharlas en la actualidad. Sin embargo, no sería del todo sincero si no admitiera que, de vez en cuando, recurro a los vinilos, y más aún, pero esto ya mucho más de tarde en tarde, a alguna grabación que tengo en discos de pizarra para gramófonos. ¡Eso sí que es toda una experiencia!
Pero volvamos al "Festspiele" wagneriano. Lo que me divierte de esas transmisiones, con su legendario locutor español asociado a ellas, José Luis Pérez de Arteaga, son las mil y una anécdotas en torno a la estructura, funcionamiento, dirección y elenco artístico participante, que Pérez de Arteaga expele cada año. Incluso las fases lunáticas que atraviesa, en ocasiones, el musicólogo que, dependiendo del año, hace que la retransmisión quede algo obscurecida por sus comentarios extremos. Eso sí, lo que no suele faltar, al inicio de cada conexión, es la tranquilizadora voz femenina alemana, aunque este año haya primado el locutor masculino, que va diciendo la lista de radios extranjeras que conectan, en directo, con el festival, y presenta la ópera en cuestión que va a ser inmediatamente retransmitida. Podría decir, incluso, aunque sin llegar a tanto, que esa voz sugerente alemana me lleva a pensar en la voz, ésta sí fuertemente seductora, atrapadora y no sé cuantas cosas más, de la computadora "Samantha", Scarlett Johansson, en la magnífica película "Her". No, la locutora alemana está lejos de la voz ronca y rota de la Johansson en esa película, pero te introduce maravillosamente a la audición wagneriana.
Al margen de todo esto, hace ya algunos años que pienso en algo que tiene que ver con el título de estas líneas. Contrariamente a lo que se afirma en muchas ocasiones, ni la música de Wagner es música nacional, o nacionalista, alemana en este caso, ni irradia ningún tipo de mundo totalitario.
Cuando uno escucha su música, sabe perfectamente que está dentro de eso que fue el origen del romanticismo, el "Sturm und Drang", tormenta e ímpetu en español. No sólo, los pentagramas de todas sus composiciones están atravesados por ese ímpetu, por ese furor romántico, que sabe llevar hasta sus últimas consecuencias. Pero voy a ir un poco más lejos. Las revoluciones en Europa de 1848/1849, magistralmente analizadas por Marx en  Las luchas de clases en Francia, donde da cuenta de cómo el proletariado de París se dejó llevar con deleite por una borrachera generosa de fraternidad y cómo, también, esa fraternidad duró el tiempo durante el cual el interés de la burguesía estuvo hermanado con el del proletariado, me lleva a recordar que el compositor de Leipzig participa en las barricadas de Dresde en mayo de 1849 para reclamar libertades constitucionales y realizar la unificación nacional alemana. En esas mismas fechas había recibido la visita del anarquista Mijail Bakunin, de quien, junto con Proudhon, estuvo influenciado desde el punto de vista  político. Dicha participación le costó el exilio. Un exilio que duró más de doce años.
Hasta el estallido de la revolución, Wagner había compuesto ya "Rienzi", "El Holandés Errante", "Tannhäuser" y "Lohengrin". Sin embargo, antes de abandonar Dresde había esbozado lo que luego sería el ciclo del "Anillo del Nibelungo". Y es ahí donde pienso que se produce algo que tal vez pudiera ser deudor o deudora del fracaso revolucionario de Dresde, y ese algo no es otra cosa que el refugio, la consolación del músico en el arte, en su arte, en la música, como exponente máximo, radical y más acabado de la expresión artística humana. O sea que, gracias a ese fracaso revolucionario, tal vez, hemos tenido la fortuna de poder disfrutar de esa música enorme que es el "Anillo", "Tristan e Isolda" o "Parsifal". Aunque no quiero, tampoco, dejar de señalar que, quizás, a consecuencia de esa frustración política que supone el revés revolucionario, el compositor abrace rancias concepciones antisemitas que en nada dicen de su inteligencia, también política, pero que tampoco tuvieron una capital importancia en su vida. También se convirtió, al final de su existencia, en un defensor de los derechos de los animales.
Después, pasados ya muchos años, al inicio de los años treinta del pasado siglo, Alemania penetra de manera absoluta en la senda del mal que se había iniciado ya al final de la gran guerra, también en suelo germano. Y es en ese período donde empieza a trastocarse todo. Es bien sabido que el canciller del Reich, Adolf Hitler era un devoto seguidor de su música y que acudía, durante ese período en el que en Alemania la inteligencia fue destruida y millones de seres humanos asesinados en los campos de concentración, a escuchar sus óperas en Bayreuth. También algunos de los gerifaltes nazis, aunque la mayoría odiaba esa música. Y que los familiares del compositor manifestaron ciertas simpatías por ese régimen de terror. De todo eso, al final de esa terrible experiencia que trajo consigo también la segunda guerra mundial, su música no salió indemne. Hasta tiempos muy recientes, gracias al director y compositor de origen judío, Daniel Barenboim, la música de Richard Wagner no podía ser interpretada en el Estado de Israel. No sólo, esa muletilla, completamente anacrónica, de nazi que se le ha atribuido al músico alemán, sigue percutiendo en los oídos contemporáneos.
La música de Wagner encarna, como pocas, ese ideal romántico, ese furor que provoca el amor en el cerebro y en el corazón humanos. Así que, ni música que representa, como querían los teóricos de ese régimen, de los ideales nacionalsocialistas, ni del Reich alemán. No me interesa lo más mínimo saber el por qué un ser infecto y un mediocre artista como fue Adolf Hitler, estuvo interesado y disfrutaba de esa música inmortal. Con toda seguridad, un genial judío austriaco, uno de los más grandes pensadores de todos los tiempos, habría podido explicarnos el por qué de la capacidad de emocionarse con esa música única y al mismo tiempo ser uno de los mayores criminales de toda la historia.









domingo, 19 de julio de 2015

CONTRA ALEMANIA,
CONTRA LA SOCIALDEMOCRACIA



En alguna de las entradas que componen los Escritos de un Salvaje, Paul Gauguin afirma: "Odio a Dinamarca y a los daneses". No seré tan radical como el genial e intransigente artista a la hora de escribir sobre el país de Richard Wagner o Karl Marx, por citar tan sólo dos de los grandes nombres de la historia de ese territorio. Alemania está a la orden del día igual que lo estuvo en otros momentos históricos, y la vuelve a armar como ya lo hiciera en otras ocasiones. La votación producida en ocasión de la negociación con el Estado Griego en el Parlamento de Estrasburgo aclara algunas cuestiones para entender el por qué de los acontecimientos. Sabido es que actualmente, aunque no sólo sucede ahora, en Alemania hay un gobierno de concentración nacional en el que mandan conjuntamente la derecha que representa Angela Merkel y el partido socialdemócrata. Así que, sin lugar a que la sorpresa pudiera producirse, era algo harto improbable, por no decir totalmente imposible, con Alemania, y con la madre de todas las socialdemocracias, esto es, la alemana, todos los partidos socialdemócratas votan, como una piña, junto a la Troika y a los intereses económicos que tan bien defiende la canciller alemana. Pero dejemos, de momento, de lado a la señora Merkel y centrémonos en la socialdemocracia alemana. El SPD, para no desdecir la terrible y sangrienta historia que lleva a sus espaldas y por la que aún, que se sepa, no ha pedido perdón públicamente, vuelve a ser el partido de Estado que siempre ha sido en los momentos históricos decisivos. Por lo tanto, con la crisis griega, llega el momento de demostrarlo una vez más y vota al dictado de la canciller alemana, arrastrando en su infamia al resto de los partidos socialistas europeos. Hagamos, pues, un poco de historia y retrocedamos en el tiempo para poder ver con claridad lo que sucede en la actualidad. 4 de agosto de 1914, en el Reichstag, parlamento alemán, se vota el otorgamiento de créditos de guerra para que el imperio, a cuyo mando está el Káiser Guillermo II, pueda afrontar la guerra con los fondos necesarios. El SPD, partido socialdemócrata alemán, cierra filas con el Káiser votando a favor de los bonos de guerra, rompiendo así con la manifestación mantenida hasta esa fecha, la de considerar toda guerra como expresión imperialista contraria a los intereses de los trabajadores. Inicia, así, la deriva criminal que se confirmaría unos años más tarde.Sólo algunos diputados, los que pondrían en pie la Liga Espartaquista y el Partido Comunista Alemán, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, entre otros, votan en contra, pagando con la cárcel su valiente osadía.
Noviembre de 1918, comienza, en medio de la derrota final de las tropas alemanas en el frente, la llamada revolución de los consejos. En realidad, una revolución socialdemócrata llevada a cabo por socialdemócratas. Y lo más terrible, una revolución que dos meses después, en enero de 1919, será sofocada a sangre y fuego por dirigentes socialdemócratas, Ebert y Noske, entre otros. Traición sin precedentes y sin límites en la historia del movimiento obrero. Frente a la posibilidad de acabar para siempre con el imperio y la monarquía, junto a las clases aristocráticas y reaccionarias, y posibilitar una salida verdaderamente democrática y popular a la crisis de 1914, el SPD y sus dirigentes pactan con la élite más casposa y criminal del Reich para sofocar el intento que la revolución de los consejos suponía de abrir una posibilidad de libertad económica y política para la gran mayoría del pueblo alemán. El asesinato, de la manera más cruel imaginable, destrozándolos, primero, a culatazos y disparándoles a la cabeza, después, mientras dormían, de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, simboliza la perfecta unión entre la reacción que llegará pocos años después bajo la sigla del NSDAP, los nazis, y la estupidez interesada y vilmente frívola de la socialdemocracia. Aparentemente, la fundación meses después de la mediática e históricamente sobrevalorada República de Weimar, puesta en pie sobre miles de cadáveres alemanes, habría servido para enderezar a la canalla alemana. Sin embargo, los acontecimientos posteriores pondrían de manifiesto que el mal estaba hecho, y que el origen del mal anidaba en el suelo de una cultura legendaria que no fue capaz de reprimir la pulsión de muerte. Durante el ascenso del nacional socialismo, no sólo, pero en gran parte debido a estos acontecimientos infames, no fue posible la conjunción de comunistas y socialistas para detener a Adolf Hitler. La extremísima caracterización stalinista de la socialdemocracia, al denominarla socialfascista, esconde el verdadero rostro de ella, es decir, la de partido del Estado, que, por encima de todo, y sobre todo, obedece a él, y sólo a él, aunque tenga, para ello, que sacrificar a millones de hombres y mujeres. La continuación del horror acaecido en las trincheras de 1914-1918, con la barbarie y el salvajismo de 1939-1945, esta vez incrementado con la eliminación de millones de seres humanos, sobre todo judíos, en los lager alemanes, hacen que la responsabilidad socialdemócrata de los acontecimientos de 1918-1919 no sea baladí. De no haber traicionado la revolución, a sangre y fuego, los europeos podríamos habernos ahorrado millones de muertos. Sin embargo, aún hoy, el SPD, la socialdemocracia alemana, no ha pedido perdón por esa horrible traición iniciada en aquel lejano agosto de 1914. Mientras no entone el mea culpa, y no lo hará jamás, no habrá expiado sus pecados frente a Europa y al mundo. 
Pero volvamos a nuestro tiempo, a nuestros días, y pongamos un nuevo ejemplo, tampoco banal, del modo de ser de la socialdemocracia, esta vez en nuestro país, en España. Recientemente hubo una moción por parte de algunos diputados del grupo minoritario en el congreso de los diputados, exigiendo el cumplimiento de la petición de extradición cursada por la Interpol, después del procedimiento llevado a cabo por una jueza argentina, dentro de la llamada "querella argentina", impulsada por antiguos detenidos y represaliados de la última fase de la dictadura, inculpando por crímenes de lesa humanidad a altos cargos de la dictadura franquista. Pues bien, siguiendo con la vieja tradición de servidores del Estado, el PSOE, la socialdemocracia española, votó, junto al PP, la derecha española, en contra de la petición de extradición para poder ser juzgados en argentina por aquellos crímenes. Nada tiene de extraño, al menos para mi, lo hicieron hace algo más de tiempo cuando reformaron el artículo 135 de la constitución para someterse al dictado de la Troika europea. Por lo tanto, debo decir, con claridad, que aborrezco la socialdemocracia, la del norte, la del sur, la del este, y la del oeste. No me gustan sus métodos, ni sus formas. Y me echo a temblar cuando los dirigentes de un partido, Podemos, del que aún me empeño en esperar alguna cosa en una cierta dirección, se declaran ahora socialdemócratas, alabando los parabienes, sobre todo, de la escandinava, de esos países en los que no querría ni mirarme aunque el resto de las aguas bajasen negras. Lo dice la literatura más reciente, las películas basadas sobre esta. Dinamarca, Suecia y Noruega están a punto de estallar, de saltar por los aires, sus sociedades están podridas, son reaccionarias y crecientemente xenófobas.
¿Y sobre Alemania, qué decir? Pues sobre Alemania poco más se puede decir, que tratan de volver a sacar la cabeza, por el momento sin armas, como ya lo hicieran otras veces en la historia, sacar la cabeza imponiéndose sobre otros pueblos, sobre otras identidades. Guiar a Europa, conducirla, hacia un nuevo precipicio. Esperemos que esta vez algún grupo político o algún movimiento tenga la clarividencia y la valentía para poder imponer unos criterios que desarrollen un proyecto que acabe con la explotación sempiterna capitalista. 

lunes, 15 de junio de 2015

"¡EL ORDEN NO REINA EN MADRID!"



Todo ha sucedido muy rápido, sin casi tiempo para podernos dar cuenta de lo que ha pasado, de lo que hemos conseguido. Después de casi tres décadas de gobierno municipal de la derecha más extrema, fascista, para ser más claros, el pueblo de Madrid, los ciudadanos, irrumpen de la mano de una candidatura unitaria y de la mano de una mujer, Manuela Carmena, que aúna un sinfín de identidades, desde las gentes que vivieron y sufrieron la dictadura, con tortura, cárcel e incluso muerte, hasta los últimos meses de vida del dictador, del generalísimo Francisco Franco, noviembre de 1975, hasta las gentes de las nuevas y medianas generaciones que no tuvieron que atravesar aquel obscuro túnel. Y esto, que acaba de suceder el otro día, el sábado 13, es histórico en el sentido más fuerte de la palabra, y tendrá consecuencias. Porque no hablamos de otro momento importante en la historia reciente de nuestro país, de nuestra ciudad, abril de 1979, cuando un viejo profesor de filosofía, Tierno Galván, entraba en la alcaldía de la ciudad, después del larguísimo paréntesis de la dictadura, en las primeras elecciones democráticas desde 1936, gracias al apoyo y al acuerdo del PSOE con el PCE, socialistas y comunistas unidos al poder. Porque con ser importante aquel suceso, en aquellas circunstancias políticas, en realidad suponía la normalidad política que esos dos partidos habían aceptado con el pacto que llevaron a cabo con los restos del franquismo, dando lugar a eso que se llama transición española, o régimen de 1978, como se dice recientemente, y que yo prefiero llamar, para ser riguroso con la historia, ley de punto final que impidió, que impide, juzgar a una de las dictaduras más execrables, aunque todas lo son, de la vieja Europa. Impunidad refrendada en el Parlamento español democrático, con los votos del Partido Socialista, la socialdemocracia española, en una acción típica, como tantas, a través de la historia, que iniciara la madre de todas las socialdemocracias europeas, la alemana, cuando reprimió a sangre y fuego la revolución de 1918, arrojándonos a todos, alemanes, europeos y resto del planeta, por el precipicio de 1933 con la llegada de Adolf Hitler y los nazis al poder, y permitiendo que el mal se adueñara de la sociedad humana provocando millones de muertos. Alguna vez tendrá que pedirnos, a todos, perdón el SPD alemán por aquellos hechos que nos condujeron a aquel suicidio colectivo que sigue produciendo daños colaterales.


Pero como decía antes, lo que ha sucedido este mes de junio de 2015 es algo completamente nuevo, no experimentado antes en nuestro país desde el final de la dictadura. El Ayuntamiento de la capital del reino de los Borbones va a empezar a estar dirigido por gentes, grandes y pequeños, profesionales o autodidactas, que representarán a toda esa masa de ciudadanos que manifestaron su indignación aquel ya lejano 15 de mayo de 2011 en la Puerta del Sol, restableciendo una línea invisible que atraviesa todo ese período fecundo hasta llegar al día de hoy, con sus luces y sus sombras, con sus luchas, victorias y derrotas, con sus represiones y sus alegrías. Y podremos darle la vuelta a aquel eslogan gritado a pulmón abierto hasta la extenuación: ¡Qué no, qué no nos representan!, por este que el pueblo de Madrid gritaba a las puertas del Ayuntamiento, la otra mañana, el pasado sábado: ¡Qué sí, que sí nos representan! Ellas y ellos nos representan, a casi todos, porque a algunos, a los insolidarios, a los que llevan el mal en sus cerebros, a los deshonestos, a los corruptos, a esos, no, a esos habrá que arrojarlos a las tinieblas para siempre.
Y tendremos una rémora porque, para que estas gentes estén sentadas en los sillones del poder del consistorio, hemos tenido que contar con el apoyo de esa socialdemocracia de la que hablaba antes, cuya herencia pesa sobre sus conciencias.
Pero mientras tanto empezaremos a vivir y a disfrutar de una ciudad que habrá que ir recomponiendo, que habrá que ir recuperando, habilitando sus edificios para lo que estaban pensados y diseñados: Palacio de la Música, Teatro Albéniz, Edificio España y tantos otros. Tendremos que poner fin a los destrozos que la maldad y la avaricia de una derecha predadora ha producido en nuestra ciudad. Detener, decretando el año cero de la contaminación, el pulular de miles y miles de coches que nos envenenan y nos matan, a todos, ancianos, jóvenes, maduros, niños. Restituir la memoria y la identidad que la canalla fascista ha intentado destruir por todos los medios dando nombres infames a lugares de lo común, de la ciudadanía: Vodafone Sol y línea 2 Vodafone, en sustitución de estación de Sol y línea 2 o Barclays Card Center sustituyendo completamente el antiguo de Palacio de los Deportes. Ejemplos éstos de lo que ha venido aconteciendo en los últimos años en nuestras calles, en nuestras vidas. 

Aunque no he nacido en esta ciudad, habito en ella desde el ya lejano 1968, es mi ciudad y la amo con todas mis fuerzas y todo mi corazón, no sólo porque dentro de sus muros y de sus infinitas intersecciones he amado, he sufrido y he vivido, sino porque es una ciudad con una arquitectura única, porque he disfrutado de sus innumerables cines, muchos de los cuales se perdieron por el camino, por la especulación, por la falta de interés cultural, por tantas y tantas cosas. Y la he amado incluso en esos años grises, donde incluso la policía era gris, donde sus edificios y sus calles eran grises, donde el silencio era el sonido característico de su cotidianidad. En unos tiempos en que cualquier apuesta innovadora estaba condenada al fracaso o a la clandestinidad más absoluta. Donde la cultura, la poca permitida, estaba al servicio de la propaganda más abyecta.

Pero este último sábado, el 13 de junio, me he contagiado, me he impregnado de la alegría de las gentes que, a pesar de la convocatoria del miedo de grupúsculos fascistas y facciosos, y del cinturón extremo de la policía, quisimos salir a la calle, acudir hasta el Ayuntamiento, hasta la plaza de la Cibeles, para apoyar un acto político sin precedentes, la investidura de una nueva alcaldesa, Manuela Carmena, y toda su candidatura de Ahora Madrid, para reclamar, de una vez por todas, la dignidad, la democracia, la justicia y la verdad. La recuperación de los espacios comunes, y de las palabras comunes.

Y en medio de todos esos abrazos y de todas esas gentes iguales a mi, he recordado a una mujer que hace ya muchos años trató, con todo su saber y todas sus fuerzas, de contribuir a luchar para liberar a la humanidad del mal en términos absolutos, ese que parte de la idea de que el otro que no soy yo mismo es mi enemigo. Se llamaba Rosa Luxemburg, y en su testamento político, antes de ser brutalmente asesinada junto a otros muchos revolucionarios, espartaquistas o no, escribió unas palabras dirigidas a su ciudad, Berlín, aunque tampoco había nacido en ella, en la que resumía el fracaso de esa revolución de la que hablaba al principio. Sin embargo, me voy a permitir cambiar no sólo el nombre de la ciudad, Berlín por Madrid, sino el sentido de su proclama, afirmando en positivo lo que el título de estas líneas anuncian: "¡El orden no reina en Madrid!" ¡Esbirros estúpidos! Vuestro "orden" era un castillo en la arena. Ahora la revolución se "levantará de nuevo clamorosamente", y para espanto vuestro proclamará: ¡Era, soy y seré!