SIN MIEDO Y SIN
ESPERANZA
EL MAYO ESPAÑOL
Aunque los rayos del sol, que emerge de su letargo con
lentitud, parecen inundar de amarillo los edificios de la ciudad, una sensación
grisácea invade los espíritus de los sujetos que pueblan todos sus rincones.
Las crisis capitalistas enajenan el entendimiento, y el
horizonte, desde el que se alzan columnas de humo, apenas es reconocible.
Un silencio quieto, como en la escena del Moliere de Ariane
Mnouchkine, antes de que las calles se vean atronadas por la invasión del carnaval,
acompaña nuestras vidas y todo sucede en un abrir y cerrar de ojos.
Indignados, insumisos, desobedientes, hombres, mujeres,
animales, todos gritan al unísono: ¡Democracia Real ya!
Mientras la noche avanza y los cuerpos represivos han hecho
lo único que saben hacer, detener la fuerza de la razón en marcha, algunas
avanzadillas empiezan a instalarse en la madrileña Puerta del Sol. A la luz de
una luna recién esmaltada, la plaza aparece más clara y limpia que nunca. Un
cierto ajetreo distrae las campanadas del reloj del antiguo edificio de
correos. La noche lo invade todo y parece que hay que ir pensando en reposar y
cerrar los ojos, sólo algunas horas antes de que el azul oscuro y profundo se
transmute en el amanecer de un día cualquiera.
La inmaterialidad, lo que no se toca ni puede olerse, las
redes sociales, Internet y todo lo demás, han operado la maravilla: La
Revolución empieza a desplegar, con pausada calma, sus alas frente a la mirada
incrédula de propios y extraños.
Los días se suceden; una marea humana, demasiado humana,
inunda y atraviesa la puerta del Sol, día, tarde y noche. Las plazas cercanas:
la de Jacinto Benavente y la del Carmen se pueblan de corros y más corros, en
asambleas improvisadas que se van llenando de ciudadanos que usan sin complejos
el espacio público y común. “Política de corto y largo alcance”, “Economía”,
“Medio Ambiente”, “Educación y cultura”, “Pensamiento”…Viejas palabras que, de
repente, a la luz del Mayo madrileño, se reinventan y proponen nuevas
incisiones en el acero del poder. Una y mil asambleas donde todos aprendemos a
organizarnos sin la mirada atenta del maestro.
“Un fantasma recorre…”, ¡No!, me digo, lo que acaba de
estallar no está aún escrito en ningún manual. Lo que las gentes de mi ciudad
y, cada día, más ciudades que se van incorporando, están creando cada nuevo
minuto que un reloj imaginario marca en algún lugar de la historia, es algo que
no hemos visto hasta ahora. Se escribe sobre los muros y sobre carteles
improvisados que lo inundan todo de precarios dazibaos: “Si no nos dejáis
soñar, no os dejaremos dormir”, “Abajo el valor de cambio”, “Nos regalan miedo
para vendernos seguridad”.
La naturaleza no construye ninguna máquina, ni barcos, ni
aviones, ni cohetes espaciales, ni ordenadores, ni teléfonos móviles… Son
productos de la industria humana; materia natural, transformada en órganos de
la voluntad humana sobre la naturaleza. Son órganos del cerebro humano creados
por la mano humana. El saber social general, el conocimiento, se ha convertido
en fuerza productiva inmediata. Lo que el Moro de Londres había intuido mucho
tiempo atrás, se materializa ante nuestra incrédula mirada. “Lo queremos todo y
lo queremos ahora…” gritamos con fuerza en medio de la asamblea general, bajo
el sol poderoso de finales de Mayo.
No queremos dinero, ni Bancos, ni Banqueros, ni Parlamento,
ni políticos que sólo se representan a ellos mismos. “¡Que no, que no nos
representan!”. La democracia la hacemos nosotros, con nuestras propias manos,
con nuestro propio intelecto.
La Revolución se extiende como la pólvora: Barrios y pueblos
se unen al coro unánime de: “Abajo la tiranía”, “Democracia real ya”. La
sabiduría de las gentes, sin distinción de edades, género o color de la piel,
se impone sobre la pesadez aburrida del Yo. Las certidumbres aprendidas o
inducidas, se disuelven como un azucarillo.
Casi sin apenas tiempo de intuirlo, París, Bruselas, Berlín,
Turín y Roma, se encienden en el cielo infinito europeo.
En un lateral de la plaza, en una de sus geometrías, donde
tantos años atrás un cartel de propaganda electoral exhibía a Gil Robles, el
Jefe Supremo de la C.E.D.A., al lado de tanques y obuses con el lema: “¡Estos
son mis poderes!”, aparecemos ahora con los brazos en alto y las palmas de las
manos extendidas exclamando: “¡Éstas son nuestras armas!”
Se ha roto el mecanismo diabólico del binomio pregunta - respuesta.
La realidad sucede aquí, la ficción está en los mass media que naufragan,
mientras tratan torpemente de filmar lo imposible.
Me viene a la cabeza la imagen de aquel judío, de origen
español, Baruch de Espinosa, anómalo y subversivo, que sentó las bases de una
ética humana sin concesiones a la ilusión. Ser libres para ser quienes somos,
seres dotados de entendimiento, y despojarnos del miedo y la esperanza como
productores de sometimiento.
Con absoluta seguridad, nada volverá a ser como antes, estos
días del Mayo revolucionario son también los de nuestra educación sentimental.
En el momento en que las dos manecillas, de la esfera blanca
satinada del reloj de la Puerta del Sol, se superponen y son una sola, a esa
hora en la que el tiempo parece detenerse por unos instantes, un silencio que
es estruendo invade la plaza y sus aledaños. Miles de manos hacia el cielo,
como flechas en el azul, anuncian el nacimiento de un nuevo día. Debajo del
reloj, el largo balcón que otrora, en aquel abril mágico de 1931, se llenara de
gente inteligente que boquiabierta contemplaba la llegada a raudales de gentes
atravesadas por el entusiasmo.
Después, como los mimos ruidosos de la escena final de “Blow
up”, la película de Antonioni, jugamos en silencio la partida que decide
nuestras vidas, y cuando la pelota sale al otro lado de la valla, todos
miramos, y esperamos durante unos instantes, que alguien devuelva la pelota al
terreno de juego. Pero sobre el asfalto mojado y oscuro no hay nadie para
recogerla.
Jesús Marchante
Mayo 2011