sábado, 12 de diciembre de 2015

CONTRA CIUDADANOS



Vaya por delante que no creo, nunca lo he creído, que los cambios políticos reales y profundos de un país, en cualquier encrucijada histórica, se puedan producir a través de las urnas. La democracia representativa, validada a través de las papeletas depositadas en esos paralelepípedos de plástico transparente, sirve para establecer el consenso necesario que el modo de producción capitalista necesita para imponerse en todo el planeta. Aunque, como también es sabido, en muchas ocasiones se sirva de dictaduras, golpes de estado y otras tropelías para alcanzar sus objetivos. Pero digamos que, en líneas generales, el mejor escenario para ese modelo, que necesita de paz, tranquilidad y obreros que dediquen su saber e inteligencia a producir y no a otros menesteres, es la democracia parlamentaria.
Dicho ésto, voy a intentar analizar lo que pueden determinar las elecciones generales del próximo día veinte de diciembre. Unas elecciones que llegan en un contexto histórico-político algo distinto a lo que teníamos hace tan sólo cuatro años. Tras el duro ajuste impuesto por el capital internacional durante estos años, el país se arrastra y languidece con apenas unos pequeños asideros de eso que en derecho político se llama soberanía. Con una ley electoral, implantada durante ese proceso que se ha dado en llamar "transición", y que yo llamo ley de punto final, por eximir a la dictadura de sus responsabilidades penales y otras, que daba al traste con la que regía en el país hasta febrero de 1936, es decir antes del golpe de estado fascista, las posibilidades de que la representación real del país pueda estar presente en el parlamento son bastante escasas. No obstante, con esas cartas seguimos jugando desde la constitución de 1978, constitución contra la que yo voté en contra. A pesar de todo, estamos en 2015 y se van a celebrar unas elecciones que, de una forma u otra, afectaran a las vidas cotidianas de millones de ciudadanos de este país. Con los dos grandes partidos, PP y PSOE, sostenedores del sistema puesto en pie entre franquistas y parte de la oposición a la dictadura, lastrados por corruptelas varias y leyes antidemocráticas de hondo calado, el panorama, en esta ocasión, se va a completar con la irrupción de dos nuevas fuerzas electorales, Ciudadanos y Podemos. Dejo fuera, en este apresurado análisis, a la cada vez menos existente Izquierda Unida, prácticamente desaparecida en las últimas elecciones municipales y autonómicas. Siendo Podemos la única plataforma o herramienta de izquierdas que la ciudadanía tiene, para poder expulsar del área de las instituciones  al binomio bipartidista, y no siendo objeto de mi análisis en este momento, quiero centrarme,a la hora de meditar los peligros que nos acechan, en las posibilidades electorales de esa organización llamada Ciudadanos a cuyo frente se sitúa un remedo de Terminator.


Ciudadanos, una alternativa de los poderes fácticos españoles, puesta en pie hace años en una zona del Estado, Cataluña, que operaba como célula durmiente, es activada en los comicios municipales y autonómicos del mes de mayo pasado, una vez que se vislumbra por esos mismos poderes que la alternativa Podemos puede ser peligrosa y que, sobre todo, la carta de la derecha clásica, que representa el PP, está ya algo agotada.Y hace caer del cielo, como en la película de Cameron, a su Terminator. Albert Rivera explosiona en todos los medios a raíz de los magníficos resultados obtenidos en esos comicios antes mencionados. Es tan peligrosa la alternativa que él representa, y él mismo, por supuesto, que una parte de la ciudadanía es incapaz de visualizar al Terminator que lleva dentro. Se le ve como un chico joven, apuesto, que sabe hablar, que tiene buena pinta y que habla de cambio. Antes de las elecciones a las que antes me refería, eran pocos y estaban enclaustrados en el territorio catalán. Después, ayudados por los departamentos de recursos humanos de distintos sectores y diversas empresas, empezaron a sacar fuera estampitas masculinas y femeninas muy bien coloreadas. Con alguna pequeña excepción, la exultante juventud era su marca de presentación. El culto a la personalidad del líder carismático rebajaba un poco su intensidad para dar paso al culto a la juventud. Ellos y ellas, hasta hace muy pocos meses inexistentes, invisibles, aparecían a centenares, a miles, dispuestos a imponerse sobre la realidad como una calcomanía perfecta. Y, curiosamente, en estos tiempos de rencillas por la igualdad de género, "ellas, ciudadanas", son mayoría. Tanto que el partido podría llamarse Ciudadanas y no Ciudadanos. Pero al margen de la ocurrencia, quiero decir que el intento de aparecer, sobre todo ellas, barnizadas con un cierto "estilo" moderno, progre o en sintonía con una cierta tendencia social y cultural, no les hace dejar de ser lo que son: burguesitas rancias con escaso gusto estético y mucho maquillaje y peluquería. Eso sí, han sido adiestradas en la verborrea vacua y en el mantenimiento de una mirada que pretende ser seductora.


Hay un alto porcentaje, según las siempre interesadas, manipuladas y poco veraces encuestas, de indecisos. Son ellos, los primeros que tienen que visualizar al nuevo Terminator. Y no les debería resultar demasiado difícil, porque en los últimos días la careta y la piel empiezan a dejar ver ya claramente el maléfico robot que se esconde detrás de su jovial y sonriente apariencia. Rivera confunde, o mejor, ya no esconde, sus recetas contra la violencia machista, o su idea  para atajar el terrorismo radical del Isis. Tampoco el nulo interés o preocupación sobre la impunidad del franquismo y el derecho de las víctimas a recibir justicia y reparación, sobre las que se ha permitido el lujo incluso de banalizar el holocausto español. Los ojos y la dentadura del espectral Terminator son ya visibles. El peligro, entonces, ahora, en este mes de diciembre extrañamente cálido, no es ni Rajoy, ni Soraya Sáenz de Santamaría, ni, por supuesto Pedro Sánchez. El peligro es el ciudadano Rivera y sus secuaces, y por supuesto lo que hay detrás de ellos. El poder más recalcitrante y rancio de nuestro país, aunque pretendan enmascararse con carátulas apriorísticamente más benévolas. Y es tal la preocupación que me invade, ante la posibilidad de que su porcentaje electoral sea tan decisivo que permita instalarse por otros cuatro años a la derecha fascista, y cutre de este país, en la que ciudadanos también está instalada, aunque bajo una careta muy bien construida, que apelo y que grito a la inteligencia colectiva de esos indecisos y de los que no lo están para que no se dejen seducir por los cantos de las sirenas anaranjadas. Porque Ciudadanos no representa ningún tipo de cambio, sino la consolidación de la reacción postfranquista.