miércoles, 6 de junio de 2012

LA ÚLTIMA CONCESIÓN POLÍTICA




El astro rey asoma en el horizonte y empieza a quedarse más tiempo del deseado. En realidad, parece que no declinará jamás. Es lo normal, está a punto de comenzar el estío, y en este país del sur de Europa sus bondades y sus estragos se hacen notar de manera más intensa que en las regiones septentrionales. Por ello, los moradores de este viejo país no soportan el calor. Cualquier otra cosa, si; pero el calor, no. Las draconianas medidas políticas atraviesan los cuerpos de los sujetos como afiladas hojas de afeitar. La vida económica, social y política es, en apariencia, tan insoportable que le lleva a uno a pensar que esto no puede durar demasiado. Pero se equivoca quien piense de este modo. Los grilletes aprietan muchísimo, pero se sigue caminando, incansablemente, infinitamente. La caída en el vacío del ángel materializa, para siempre, el grado cero de la derrota. Se soporta, mayoritariamente, con callada resignación, todo. Bueno, casi todo...
Por las mañanas, con ejemplar obediencia, se va al trabajo. Se desciende al infierno metropolitano, bajo tierra o en superficie, en veloces autobuses y en modernos trenes de fibra de vidrio. Sin embargo, no hay porqué preocuparse. Dentro de cualquiera de esos vehículos, máquinas destinadas al transporte de la masa trabajadora, el alivio es inmediato. Potentes aparatos refrigeradores transforman los cuerpos en estupendas frigovainas, como en el relato de Philip Dick. Aire acondicionado a tutiplén. Bienestar permanente para todos. El frío moderno como condición necesaria para poder producir, para poder morir. No importan las crisis, los recortes, las reducciones del gasto, la austeridad. Da igual, que el planeta se vaya a hacer gárgaras, pero a mí que no me toquen el aire acondicionado, faltaría más. Que no me dejen hablar, que no me dejen protestar, que no me dejen comer, que no me dejen vivir, pero...que me dejen helado.