REALIDAD
NATURAL Y REALIDAD ABSTRACTA
Jesús Marchante Collado XI/IV/MMXX
Durante los años 1919-1920
(publicado por entregas en la revista De
Stijl, que da nombre al grupo de artistas llamados neoplasticistas, como
Piet Mondrian, Theo Van Doesburg y Gerrit Rietveld, entre otros ), Piet
Mondrian da a la luz una serie de conversaciones, Realidad Natural y Realidad Abstracta, entre tres personajes
ficticios: Y, aficionado a la pintura. X, pintor naturalista. Z, pintor
abstracto-naturalista. Mondrian, trata de establecer las líneas maestras de un
arte que equilibre lo exterior y lo interior. Lo que se ve y lo que no se ve.
La sociedad vieja y la sociedad nueva. Sin dejar atrás a la razón como estaban
haciendo (supuestamente) los dadaístas.
Ajenos (todos ellos) a la
estética de la máquina y a la producción en masa, van a coincidir con los
artistas encuadrados en la Bauhaus
(escuela de arquitectura, diseño, artesanía, etc., que había fundado en 1919,
en Weimar, Alemania, Walter Gropius) en una actitud y un método de enseñanza basados
en el artesanado, pero sin renunciar (al final) a la producción industrial en
serie.
Ante una pregunta que lanza
el personaje Y: “¿Y de qué clase de sociedad será expresión la Nueva Plástica?, porque he oído decir
que esta nueva plástica es una producción típica de la burguesía moribunda”. El
personaje Z, le responde: “¡Eso sí que es sorprendente! No hay nada,
precisamente, en la Nueva Plástica
que tenga la menor característica de la burguesía. ¿No se encuentra ésta,
justamente, marcada por el predominio del individualismo, por la estrecha
vinculación con las cosas materiales?” Y a la pregunta del personaje Y: “¿Y la
aristocracia?, Z, responde: “Lo mismo vale para ella, porque en la mayoría de
los casos tampoco ella posee más cultura que la de las cosas materiales…”
Vuelve Y: “¿Y el obrero? ¿Cabe esperar que surja un arte nuevo del trabajo
manual?” Respuesta de Z: “No, eso era posible antes, en la Edad Media, por
ejemplo. Hoy, el trabajo del obrero es para la masa y debe serlo. El obrero es
demasiado semejante a la máquina y él mismo, como la burguesía y la
aristocracia, se halla demasiado preocupado por el factor material. Del hombre
nuevo, síntesis del obrero, del burgués y del aristócrata, pero muy diferente de ellos, es de quien puede venir la Nueva Plástica. Sólo él puede realizar
el espíritu de los nuevos tiempos, tanto en la sociedad como en el arte”.
Valga toda esta larga
digresión, para introducirnos en los dilemas que nos acucian sobre la situación
social y económica que nos ha arrojado a la cara la pandemia vírica del
covid-19. No sólo en la situación actual, sino (y sobre todo) en qué dirección
tendríamos que ir una vez dejada atrás (no sé si superaremos del todo, y para
siempre, las pandemias víricas a las que nos enfrentaremos) la que nos atenaza
en este 2020.
Con toda seguridad, Piet
Mondrian no ha podido llegar a leer el manuscrito que el Instituto
Marx-Engels-Lenin de Moscú dio a conocer en 1939 con el nombre de Grundrisse. Cronológicamente, era
imposible. De haberlo podido hacer, tal vez no se hubiese lanzado a decir que:
“el obrero es demasiado semejante a la máquina…” Escribe Marx en los Grundrisse:
“El
medio de trabajo convierte al trabajador en ente independiente, lo pone como
propietario. La maquinaria –como capital fijo- lo pone como ente dependiente,
como ente apropiado. Esta acción de la maquinaria sólo tiene valor en la medida
en que ésta está determinada como capital fijo, y sólo está determinada como
capital fijo por el hecho de que el trabajador se relaciona con ella como
trabajador asalariado, y el individuo activo en general se relaciona con ella
como mero trabajador…”
…”Aquí se presenta, por lo tanto, directamente
la forma de trabajo determinada transferida del trabajador al capital en la
forma de la máquina, y mediante esta transposición su propia fuerza de trabajo
se devalúa. De ahí la lucha del trabajador contra la máquina. Lo que era
actividad del trabajador vivo, deviene actividad de la máquina. Así la
apropiación del trabajo por el capital…”
...”La
máquina, por el contrario, que posee fuerza y habilidad en lugar del
trabajador, es ella misma el virtuoso, que posee un alma propia en las leyes
mecánicas que actúan en ella…”
“…El
desarrollo de la maquinaria sólo entra en juego, sin embargo, cuando la gran
industria ha alcanzado un nivel muy elevado y todas las ciencias han sido
puestas al servicio del capital. La invención deviene, en consecuencia, una
actividad económica, y la aplicación de la ciencia a la producción inmediata un
criterio que determina e incita a esta última…”
“…La
ciencia se presenta en la máquina como algo ajeno, externo al trabajador. El
trabajador aparece como algo superfluo, en la medida en que su acción no está
condicionada por la necesidad del capital…”
“…En
la medida en que además la maquinaria se desarrolla con la acumulación de la
ciencia social, de la fuerza productiva en general, no es en el trabajador,
sino en el capital, donde se expresa el trabajo general social. La fuerza
productiva de la sociedad es medida por el capital fijo…”
“…Lo
que se ha dicho de la maquinaria vale también para la combinación de las
actividades humanas y para el desarrollo de las relaciones humanas…”
Sin embargo, prosigue Marx:
“…La
máquina no pierde su valor de uso cuando deja de ser capital. De hecho de que
la máquina sea la forma más adecuada del valor de uso del capital fijo no se
sigue, en modo alguno, que la subsunción bajo la relación social del capital
sea la relación social de producción más adecuada y mejor (última) para la
utilización de la maquinaria.”
¿Por qué traigo hasta estas
páginas algunos de los parágrafos de ese texto marxiano antes mencionado? Precisamente
porque nos van a permitir poder reflexionar sobre la situación económica y
social que transitábamos al irrumpir la
pandemia en nuestras sociedades, y también para no extraer conclusiones
precipitadas o erróneas sobre qué va a pasar cuando ésta acabe.
Realidad natural, realidad
abstracta. Sí. La realidad natural que se nos impone, que se nos ha impuesto
siempre (hasta la crisis del covid-19), esa que dice que somos una sociedad de
mercado globalizada, de voraces consumidores porque voraces son los poseedores
de la enorme capacidad de producción de todo tipo de mercancías. Esa sociedad
que parece ir, cada día, avanzando en la única dirección posible. Seguir
produciendo con extenuantes jornadas de trabajo (legales o no) y salarios que a
la mayor parte de la población le impide poder vivir con una cierta dignidad.
No hay otro camino (se proclama desde las instituciones políticas, financieras
y empresariales). Esa es la realidad natural (un mercado y una sociedad
capitalistas basadas en la desigualdad y en la supremacía de una clase exigua,
pero poderosa, que excluye al resto de la sociedad, que es la mayoría de la
población). Sin embargo, existe otra realidad que no vemos, porque la ficción
sobre la que descansa la realidad natural lo imposibilita, lo dificulta sobre
manera. Realidad natural y realidad abstracta, como sugiere Piet Mondrian en su
texto clásico sobre el arte moderno en los años veinte del pasado siglo.
Hablemos, entonces, de esa
otra realidad existente, la realidad abstracta. Los párrafos entresacados del
texto marxiano dan ya buena cuenta de lo que en 1857-1858, estudiando la Gran Industria, Marx ha descubierto. Que
el desarrollo tecnológico se apropia de toda la producción humana, pero que si
todo ese desarrollo se utilizara para producir bienes materiales (valor de uso,
utilidad) destinados a todos los seres humanos del planeta (bien común), y no a
producir plusvalía (valor de cambio) o beneficios empresariales, el mundo que
habitaríamos sería bien distinto.
Hagamos, pues, el salto
hasta nuestros días. Cualquiera que se pare a reflexionar, caerá rápidamente en
la cuenta de que el desarrollo tecnológico y científico (a todos los niveles)
ha sido enorme, inmensamente desmesurado desde aquellos años del siglo XIX en
el que Marx hacía sus investigaciones y llegaba a ciertas conclusiones. No hace
falta demasiada perspicacia e inteligencia para darse cuenta de lo fácil que
resultaría (si quisiéramos) seguir el razonamiento marxiano y destapar la
realidad abstracta que se esconde tras todo ese desarrollo material e
inmaterial que la inteligencia humana ha llegado a conquistar. Hagámoslo,
entonces.
No obstante, vamos a permitirnos
(de nuevo) acudir al sabio de Trier para poder tener todos los elementos
necesarios para desentrañar y desenmascarar la realidad abstracta que está
escondida dentro de la esfera de la producción general de mercancías, de todo
tipo, a nivel mundial. Y el tiempo de trabajo necesario para su producción.
Siguiendo en los Grundrisse:
“…Tan pronto como el trabajo en forma inmediata ha dejado de ser la gran
fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja y tiene que dejar de ser su
medida y, en consecuencia, el valor de cambio tiene que dejar de ser la medida
del valor de uso. Con ello se derrumba la producción basada sobre el valor de
cambio, y el proceso de producción material inmediato pierde la forma de la
miseria y del antagonismo. Aquí entra entonces el desarrollo de los individuos,
y por lo tanto, la reducción del tiempo de trabajo necesario no para crear
plustrabajo, sino la reducción en general
del trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al que corresponde
entonces la formación artística, científica, etc., de los individuos gracias al
tiempo devenido libre y a los instrumentos creados para todos ellos. El capital
es la contradicción en movimiento, porque tiende a reducir el tiempo de trabajo
a un mínimo, mientras que por otra parte pone al tiempo de trabajo como la
única medida y fuente de riqueza. El capital reduce, en consecuencia, el tiempo
de trabajo en la forma de trabajo necesario, para aumentarlo en la forma de
trabajo suplementario; pone, por lo tanto, el trabajo superfluo en medida creciente
como condición – question de vie et de
mort – del trabajo necesario…
Una
nación es realmente rica, cuando en lugar de trabajar 12 horas, trabaja 6. Riqueza no es poder de disposición
sobre el tiempo de plustrabajo (riqueza real) sino tiempo disponible al margen del necesitado para la producción inmediata,
para cada individuo y para toda la
sociedad…”
Más claro, si hacemos un
pequeño esfuerzo de entender lo que Marx nos quiere decir, no se puede
escribir.
La realidad abstracta, la
ficción que esconde la “supuesta” realidad empírica, es enorme, de proporciones
gigantescas. Como un frondoso bosque que nos impide ver lo que hay al final de
la arboleda.
Ni el tiempo que se invierte
en producir cualquier tipo de mercancía (física,
unos zapatos, un coche, unas medias, un ordenador, etc., inmaterial, el arte, los valores financieros, la informática, la
inteligencia artificial, la comunicación, en general, etc.) es ya el que se
tenía que poner para producir todas esas mercancías, por el nivel de desarrollo
tecnológico alcanzado, ni la jornada laboral en cualquier sector (no digamos ya
en el terciario) responden a una realidad natural objetiva. Ni tampoco (por
consiguiente) el salario. Tiempo de trabajo necesario y horario de trabajo
descansan sobre esa ficción que Marx descubre
en 1857-1858 y que nosotros hemos denominado realidad abstracta. Además,
también sabemos (gracias a él) que, el desarrollo tecnológico, la
automatización, la informatización y la ciencia han sido tan enormes que
podríamos (si quisiéramos) ponerlos al servicio de todos (la población mundial)
y no al servicio de unos pocos (los capitalistas, los poderosos), porque
además, como decía el sabio alemán, no es el único, ni el mejor modo de
utilización de toda esa tecnología, la supeditación al modo de producción
capitalista, la subordinación a la llamada economía de mercado globalizada.
Si queremos (como escribía
Piet Mondrian en 1920) alcanzar ese espíritu de los nuevos tiempos para
conquistar una sociedad de seres iguales, con un grado de bienestar que podamos
definir como humano, tendremos que luchar para destruir esa ficción que se nos
impone cotidianamente (a través, fundamentalmente, de los mass-media) y
denunciar que la realidad natural no es la verdadera realidad, ni siquiera una
nueva realidad, como se dice en los últimos días.
Soy bastante escéptico
(pesimista) para creer que una vez que salgamos de esta utopía negativa (el
covid-19), vamos a ir en la buena dirección. Que vamos a aprovechar este tiempo
de confinamiento para luchar contra el cambio climático y abandonar los malos
hábitos contaminantes y de explotación indiscriminada del planeta dislocando el
hábitat de tantas y tantas especies, y a hacerlo más habitable. No creo,
tampoco, en el exagerado optimismo de Stiglitz (y de una mayoría de la
izquierda) que creen que después de esta crisis pandémica el capitalismo y el
neoliberalismo tienen poco que hacer. Que todas sus mentiras van a quedar al
descubierto y que todos sus encantamientos van a ser revertidos por una suerte
de varita mágica general.
No ha sido arbitrario (por
mi parte) tratar de reflexionar en estas páginas con algunos textos de Marx. En
ellos está la clave y la llave para abrir la puerta hacia una nueva sociedad. Sin embargo, soy muy
consciente que estando dadas (y lo están sobradamente, y desde hace mucho
tiempo) las condiciones objetivas para abrir esa puerta, para nada están
maduras las condiciones subjetivas (los sujetos, la sociedad) para poder tomar
en nuestras manos esa llave maestra.
El capital (por el momento,
que se sepa) no está en las últimas. Ni tan siquiera ha entonado su canto del
cisne. Saldrán de esta crisis echando mano de los pactos sociales
interclasistas, de las políticas fiscales de clase y torpedeando lo poco de
público que queda en las iniciativas políticas de izquierda a nivel
internacional. El capital no se rinde nunca. Salvo que nosotros (en algún
momento) hagamos que esto suceda.