UNA LUZ DE CRISTAL
Los diseños de cristal de los Años Veinte y Treinta del siglo
XX suponen un intento estético de superación del horizonte de la muerte…
Lalique, Muller Freres, Hunebelle, Deguè, Sabino, Etling,
Brandt, Verlys, Daum, Baccarat… La pureza de líneas y la intensidad de los
objetos de estos maestros del vidrio se contraponen a la blandura de la
oscuridad.
Cuando una lámpara de cristal opalescente se ilumina, la
transparencia azulada y melada reconstruye el mundo que zozobra. Los vasos de
vidrio blanco perspicuo o mate irradian y captan el lado puro de la vida.
Aunque algunos artistas como: Lalique, Muller Freres o Daum han hecho la experiencia
del Art Nouveau, Liberty o Jugendstil, todavía ligada a la percepción romántica
e idealista de la vida, bajo la consideración de una civilización madura
culturalmente, cuando confluyen con los artistas que eclosionan al inicio de
1920 sus diseños cambian radicalmente.
La experiencia de la gran guerra de 1914-1918, y debido a
ella el darse de bruces contra la muerte, ha hecho saltar salvajemente el
decorado floral y sinuoso del Arte Nuevo, haciendo naufragar la idea de
progreso humano continuo.
La exposición Internacional de las Artes Decorativas de París
de 1925, supone la consolidación de una concepción de la geometría y la
transparencia desconocidas hasta ese momento. Los vidrios del período 1925-1939,
se sitúan en esa línea de fuerza que representa el Art Déco, que se verá
truncada al final de la segunda guerra…
Dos siglos antes, en la primavera-verano del año 1788, un
abandonado, y prácticamente olvidado por sus contemporáneos, compositor
salzburgués, de nombre Wolfgang Amadeus, ha terminado de componer la última de
sus sinfonías, la número 41. Su tercer y definitivo movimiento anticipa de modo
brutal la estética de los años veinte del siglo que lleva ese mismo nombre.
La rapidez y ligereza del movimiento proviene, sin lugar a
dudas, de un fondo geométrico y transparente. Como sucederá con el diseño del
cristal de esos años, las líneas se perfilan con fuerza y elegancia,
desencadenando un haz de luz opalescente que alumbra la estancia. La música
mozartiana traduce la felicidad de la conquista de la vida frente a la muerte
que acecha siempre. La insistencia en el modo “molto allegro” es el intento para
no ser atrapado por el fantasma doloroso y abstracto del no ser nunca más… Pero
como los maestros del vidrio, Mozart se despide del mundo con un grito de vida,
la luz, contra las tinieblas y la noche.
Jesús Marchante Junio2010
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