jueves, 8 de marzo de 2012


UNA LUZ DE CRISTAL











Los diseños de cristal de los Años Veinte y Treinta del siglo XX suponen un intento estético de superación del horizonte de la muerte…

Lalique, Muller Freres, Hunebelle, Deguè, Sabino, Etling, Brandt, Verlys, Daum, Baccarat… La pureza de líneas y la intensidad de los objetos de estos maestros del vidrio se contraponen a la blandura de la oscuridad.

Cuando una lámpara de cristal opalescente se ilumina, la transparencia azulada y melada reconstruye el mundo que zozobra. Los vasos de vidrio blanco perspicuo o mate irradian y captan el lado puro de la vida.

Aunque algunos artistas como: Lalique,  Muller Freres o Daum han hecho la experiencia del Art Nouveau, Liberty o Jugendstil, todavía ligada a la percepción romántica e idealista de la vida, bajo la consideración de una civilización madura culturalmente, cuando confluyen con los artistas que eclosionan al inicio de 1920 sus diseños cambian radicalmente.

La experiencia de la gran guerra de 1914-1918, y debido a ella el darse de bruces contra la muerte, ha hecho saltar salvajemente el decorado floral y sinuoso del Arte Nuevo, haciendo naufragar la idea de progreso humano continuo.

La exposición Internacional de las Artes Decorativas de París de 1925, supone la consolidación de una concepción de la geometría y la transparencia desconocidas hasta ese momento. Los vidrios del período 1925-1939, se sitúan en esa línea de fuerza que representa el Art Déco, que se verá truncada al final de la segunda guerra…





Dos siglos antes, en la primavera-verano del año 1788, un abandonado, y prácticamente olvidado por sus contemporáneos, compositor salzburgués, de nombre Wolfgang Amadeus, ha terminado de componer la última de sus sinfonías, la número 41. Su tercer y definitivo movimiento anticipa de modo brutal la estética de los años veinte del siglo que lleva ese mismo nombre.

La rapidez y ligereza del movimiento proviene, sin lugar a dudas, de un fondo geométrico y transparente. Como sucederá con el diseño del cristal de esos años, las líneas se perfilan con fuerza y elegancia, desencadenando un haz de luz opalescente que alumbra la estancia. La música mozartiana traduce la felicidad de la conquista de la vida frente a la muerte que acecha siempre. La insistencia en el modo “molto allegro” es el intento para no ser atrapado por el fantasma doloroso y abstracto del no ser nunca más… Pero como los maestros del vidrio, Mozart se despide del mundo con un grito de vida, la luz, contra las tinieblas y la noche.

Jesús Marchante                                                                   Junio2010

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