viernes, 18 de julio de 2014

EL ORIGEN DEL MAL





Contemplo la foto y no dejo de pensar en algo que resulta evidente. Cómo es posible que esos cretinos, esos catetos, que aparecen en ella, tuvieran en sus manos el poder de dirimir el principio o el fin de tal carnicería. ¿Quiénes eran esos tipejos con pinta de mequetrefes? Hace muchísimo tiempo que me interrogo sobre esta catástrofe histórica que para mi supone el inicio del mal.
Es un lugar común afirmar que si el serbio de Bosnia, Gavrilo Princip, no hubiese asesinado al archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio Austrohúngaro, el estallido no hubiera tenido lugar. Vana consolación que no logra explicar nada del por qué de la Gran Guerra de 1914-1918. Hay historiadores que para mí tienen un gran crédito, es el caso de Eric Hobsbawn, que  apuntan como una posible causa la equivocación política y el error de cálculo. Bien, puedo pensar que estos elementos que señala el historiador inglés puedan formar parte de una posible explicación política, que sin embargo en nada colma mi ansia por entender qué demonios sucedió aquel mes de julio de 1914 para que la civilización occidental decidiera suicidarse de manera tan brutal. Hay otra visión, fuertemente pesimista, que incide aún mucho más en esa visión lúgubre de los acontecimientos. Me refiero a lo que Joseph Conrad afirma en su inquietante relato El corazón de las tinieblas, poniendo, tal vez, al mismo nivel la verdad con el mal.
No obstante, aún no siendo algo definitivo, vengo sosteniendo hace ya algunos años, que la más lúcida explicación, o, mejor, el más lúcido análisis sobre lo que aconteció en Europa en aquellos años terribles, es el diminuto ensayo, poco más de quince páginas, que apareció por primera vez en 1915, por entregas, en un periódico vienés, y que llevaba la firma de Sigmund Freud. El artículo, que así se podría también llamar, lleva el título de Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte, y a mi juicio acierta de pleno a la hora de enumerar las causas que llevaron a los hombres a esa enorme carnicería. Sin embargo, si tengo que ser completamente sincero, ni siquiera Freud consuela del todo la desazón que me embarga cada vez que me documento, a través de fotografías o de filmaciones, sobre la Gran Guerra.
Incluso, hace algún tiempo, yo mismo he tratado de reflexionar sobre ello atreviéndome a trabajar sobre una serie de diez dibujos que llevan precisamente el nombre del encabezamiento. 
Qué es lo que hizo que millones de hombres caminaran como autómatas hacia aquellas trincheras en las que tuvieron que soportar tan enormes calamidades y de las que tantos y tantos nunca volverían.
Vivimos una época en la que frente a los desastres y a la represión que nos impone el poder, salimos a las calles y gritamos "¡Sí se puede!". ¿Acaso en aquel verano de 1914 no se podía?
Desde luego, gracias al trabajo de un grupo de activistas e intelectuales de gran altura, que estaban encuadrados en un partido llamado bolchevique, sí que demostraron que se podía, ya que lograron que durante el penúltimo año de la guerra, los soldados de Rusia desertaran en masa de esas cloacas llamadas trincheras, y de los campos de batalla, donde la carne humana no valía más que la de cualquier alimaña que vagase por esos campos de la muerte.
Somos hijos del mundo que se abre con la caída del muro de Berlín, pero estamos también prisioneros de lo que inaugura esa terrible guerra. La tentación, en algunos, que luego por diversas causas históricas, contamina al resto, de pensar que el enemigo es el otro. Y la terrible conclusión de que el otro es cualquiera que no sea yo mismo...



  
Jesús Marchante, "El origen del mal III"

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