domingo, 1 de abril de 2012

LA CIUDAD DE LAS TELAS DE ARAÑA




Asomados sobre el río azul, profundo, los ojos se nublan ante el inagotable espejo de miles de hilos de plata secados por el sol.
El zigzag vertiginoso de la ciudad impenetrable nos descubre sus torres y murallas cubiertas de dianas transparentes, finísimas.
Frente a esa arquitectura de líneas apuradas y claras, donde el oro resplandece sin cegarnos. Frente al color intenso, pero atenuado, de mil gamas diferentes, la veladura translúcida y levemente pegajosa de las telas de araña.
Ciudad vieja y rescatada del olvido de los tiempos. Puentes, de piedra y de hierro, poderosos. Laberinto enmarañado de iglesias y palacios como ensoñación verdadera. Luz límpida y opaca que recubre de pátina heróica el atardecer obscuro. Noche silenciosa que renace entre silbidos lejanos que se pierden en el trazado caprichoso de escaleras y castillos que emergen como espectros de un pasado confundido.
Y a la luz, amarillenta, de las farolas enmohecidas, la opalescencia plateada de las telarañas devoradas por nubes compactas de insectos insaciables y aturdidos.

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