domingo, 27 de mayo de 2012

BAJO EL RÉGIMEN



Habría que haber parado el tiempo, quemarlo, destruirlo. Cuando el 15 de Mayo pasado, a las doce en punto, las manecillas del viejo reloj de la Puerta del Sol eran una sola, no deberían haber sonado, nunca más, las campanadas. Tendríamos que haber arrancado las lancetas y detener la cuenta, la sucesión de minutos subsumidos. Apoderarnos del tiempo, empezar a ganar la guerra. Pero nos conformamos con alzar los brazos al cielo y permitir que el reloj siguiera su cansina marcha.
Vivimos en una falsa democracia, en una oscura sociedad. Empezamos a pagar las consecuencias de no haber roto el hilo conductor del régimen fascista. Sí, de aquel que se consolidó durante décadas en nuestro país. Consecuencia de un golpe de estado fracasado y de un enfrentamiento a muerte que se saldó con la victoria de la canalla más odiosa y criminal que anidaba bajo el asfalto de las ciudades y, sobre todo, bajo el ocre de las tierras de España, el régimen conducido con mano firme por el general Franciso Franco sigue perdurando. Agazapado, desactivado temporalmente, como si de una célula durmiente se tratara, emerge  ahora glorioso. Se identifica y se detiene a la gente como antaño; como cuando el viejo general fascista ataba y volvía a atar una y otra vez a sus súbditos, a todos nosotros. Que un juez se atreva a condenar, en sentencia firme, a un año de cárcel, a un viejo sindicalista jubilado, por haber arrojado una botella de agua a un policía durante los piquetes de la pasada huelga general, nos sitúa en un escenario que no ofrece lugar a dudas. Cuando se detiene y se encarcela a sindicalistas, a gentes que se movilizan para defender sus derechos y libertades, y se hace incluso con nocturnidad, no se está diciendo otra cosa que lo que esas acciones representan. ¡Señores, se acabó lo que se daba! El partido popular, hermanado en tantas cosas con los viejos partidos fascistas de Acción Nacional o la C.E.D.A. de los años treinta, lo tiene claro. No va a permitir de ninguna de las maneras la menor muestra de oposición que enfrente su política económica y social. Se trata de reprimir, incluso, los más elementales derechos de expresión. Eso sí, la presidenta de la Comunidad de Madrid puede, de manera impune, un día sí y el otro también, emular al viejo político fascista Calvo Sotelo, lanzando sus andanadas anticonstitucionales y odiosas, sin que pase nada de nada.
Qué más de veinte personas no puedan reunirse, libremente, en plazas o calles, por no haberlo comunicado previamente, y depender de que la delegación del gobierno considere, o no, oportuno dicha reunión, es un ejemplo claro de que esto es un régimen y no una democracia. No por casualidad, la gente grita: "Lo llaman democracia y no lo es..." La constitución española de 1978 no es una constitución democrática. Sí lo era, y avanzada, la constitución republicana de 1931. Es necesario insistir en ello. Pero la oposición, a tanta arbitrariedad e infamia, en un Parlamento que tampoco representa a la mayoría de los ciudadanos, es mínima, débil y poco eficaz.
Sin precipitarse, pero sin pausa, o salimos a la calle a defender una democracia real que rompa los márgenes que establecieron los representantes del viejo régimen fascista, o pereceremos como ciudadanos libres. 

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