sábado, 21 de diciembre de 2013

RESISTENCIAS INTERRUMPIDAS


La noche es fría, bastante fría, pero una calma absoluta se adueña del paisaje. Los árboles parecen espectros, inmóviles y mudos. Ni el más leve balanceo mece las hojas. Estamos en la calle de Genova, una noche más, una vez más. La sede del Partido Popular, ese enjambre que contiene todos los aguijones de la derecha, aún está iluminada. Tal vez quieren ser los primeros en festejar la Navidad. 

La Ley de Seguridad Ciudadana va a ser aprobada en Consejo de Ministros. Las medidas que comprenden el proyecto que el gobierno autoritario de Rajoy presentará al Parlamento, no dejan lugar a dudas. El ataque a los derechos y libertades de reunión, manifestación y expresión es contundente.

Somos pocos, hay poca gente concentrada, como si la medida, una vez que sea aprobada, fuera a afectar sólo a los radicales y a esos que el gobierno y cierta prensa llaman antisistema. Sin embargo, la realidad es muy otra. La peligrosidad de la Ley no sólo radica en las desorbitadas disposiciones que contiene, propias de un régimen delirante y represivo. La gravedad proviene del hecho de que la Ley desplaza a los jueces como los principales garantes que pueden determinar la culpabilidad o no de los ciudadanos, como sucede en cualquier democracia. Aquí no, el Gobierno y la Policía van a determinar quien o quien no cumple la legalidad.
Pero España, en estos dos últimos años en los que gobierna el Partido Popular, camina por una pendiente que nos despeña hacia el abismo fascista.

Avanzamos, decidimos movernos, hay que caminar. Avanzamos por la calle Santa Engracia. A una cierta altura, mirando hacia la calle Covarrubias, diviso el hotelito de lo que fue la vieja Clínica España, donde estuvo confinado el fascista Serrano Suñer y de la que se evadió gracias a la complicidad y generosidad de sus guardianes y al apoyo del Doctor Marañon. Pero volvamos a la realidad de esta noche. Caminamos, primero con un cierto paso tranquilo, rodeados en ambos extremos de la marcha por dos cordones de policías, que se mueven hacia adelante y hacia atrás tratando de no perdernos de vista. No parecen fuera de sí como en otras ocasiones. Aunque puedo observar cómo pierden los nervios con algunos chicos de la prensa.

Nos vamos tragando Santa Engracia, ahora con un paso más firme y decidido. Miro hacia atrás y observo que el grupo ha crecido. Somos algunas docenas más que en la concentración de Alonso Martínez. Pero siempre somos pocos. Vamos en dirección hacia la Plaza de Castilla, concretamente. Se nos ha comunicado que están a punto de salir algunos de los detenidos en días pasados en alguna de las refriegas que en los últimos tiempos tienen lugar en distintos puntos de la capital.

Estamos en Cuatro Caminos y el ritmo sigue creciendo. Parecemos maratonianos, nadie se interpone en nuestro incesante caminar. Gritos y eslóganes despiertan la curiosidad de algunos vecinos que abren ventanas y balcones para saludar a la marcha. Alguien, una voz femenina, nos jalea para que avivemos, aún más, el paso. "Los detenidos ya han salido", grita en voz alta. Cuando intuyo que debemos estar ya muy cerca me doy de bruces con el rótulo de la salida del metro de Tetuán. "¡Todavía estamos en Tetuán!", digo alzando la voz a los que tengo a mi alrededor. La verdad es que  la calle Bravo Murillo no parece tener fin.

Las piernas empiezan a estar duras. Llevamos algunos cuantos kilómetros en plan marchadores olímpicos. Se respira una cierta alegría en los rostros de los manifestantes. A nadie le importa que no seamos demasiados en esta noche fría en la que, poco a poco, estamos entrando en calor. Llegamos a Valdeacederas, subimos la pequeña inclinación y ya divisamos las torres de la Plaza de Castilla. Estamos llegando, lo hemos conseguido.

A medida que nos acercamos se oyen algunos gritos. Allí, al fondo, un pequeño grupo aparece arremolinado en torno a los juzgados. Llegamos y nos fundimos todos. Una pequeña masa desordenada inunda los aledaños del horrendo edificio que da cabida a los tribunales. Todavía permanecen algunos medios con nosotros, sobre todo internacionales. También la policía. Alguien, a través de un pequeño megáfono, dirige unas palabras a los allí presentes. En pocos minutos el acto concluye.

Lo de esta noche tiene su importancia, quizás más de lo que alguno de nosotros puede intuir. Tal vez, como en la época del régimen franquista, tendremos que habituarnos a este tipo de manifestaciones, poco numerosas, pero de gran valor simbólico. La actitud de unos pocos sirve siempre para despejar las dudas que asaltan al poder establecido. No importa demasiado que las masas no inunden las calles. A veces, los pocos, representan la punta del iceberg del enorme bloque de hielo que, antes o después, acabará derritiéndose, provocando una inundación de imprevisibles consecuencias.

Sí, esta noche gélida somos un pequeño grupo. Pero no estamos tan solos como la apariencia quiere indicar. Con nosotros están otros, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, Manuel Azaña, Pier Paolo Pasolini, Salvador Allende, Andreu Nin, Alberto Giacometti, Vincent Van Gogh, Marilyn Monroe, Stanley Kubrick, Franz Kafka, Karl Marx, León Trotsky, Sigmund Freud, Wolfgang Amadeus, The Beatles, los artistas del paleolítico superior, la Pantera Rosa y tantos y tantos otros...


  

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