jueves, 19 de abril de 2012

EL 14 DE ABRIL Y EL REINO DE LA LOCURA




Bajo el cielo gris que cambia a cada instante y descarga una y otra vez su húmeda furia, mi pensamiento vuela hacia otro catorce, pero de hace muchos años. O quizás no tantos. Aunque mi cabeza pretenda situarse en aquel 14 de abril de 1931, también querría atrapar este presente que se diluye, sin remisión, en la más absoluta absurdez.
Vivimos una época poco reconfortante, aunque, con toda seguridad, se podría decir lo mismo de cualquier otro período histórico. Sin embargo, es posible afirmar que, en nuestros días, lo peor se ha instalado en todos los rincones de la sociedad. Y lo peor, no es otra cosa que la locura. El sentido, esa sutilísima línea que nos permite eludir el sueño de la razón que produce mosntruos, es ya una ilusión perdida. Me viene a la memoria el filósofo francés Michel Foucault. Aunque en los años sesenta, sus trabajos sobre la locura y la clínica tuvieron una gran repercusión, uno tiene la tentación de pensar que es justo ahora cuando se pueden verificar de forma clara, y absoluta, aquellas tésis. Sucedería con él algo similar a lo que le ocurrió a Marx con el conocido capítulo VI inédito, aunque, en este caso, fuese el propio autor quien decidiera eliminarlo del libro primero del capital. El Moro comprendió que dicho capítulo difícilmente podría ser entendido a la luz del capitalismo de finales del siglo XIX , donde aún no estaban dadas las condiciones objetivas para que entrara en escena la subsunción real del trabajo en el capital. Sin embargo, en el caso de Foucault, donde no se produce ese desgajo de algún capítulo de la obra, cuando él habla, por ejemplo, de la disciplina de los cuerpos, difícilmente en el modo de producción de los años sesenta podía entenderse qué demonios significaba eso de la disciplina de los cuerpos. Ahora, en cambio, sí. Cuando vivimos en la ficción permanente de pensar que las larguísimas jornadas laborales son necesarias para la producción de mercancías, cuando el tiempo de trabajo necesario para producir cualquier mercancía se ha reducido en terminos absolutos, entonces es cuando podemos entender de modo cabal que la prolongación de la jornada de trabajo en cualquier sector no tiene otra justificación que la explicación Foucaultiana de disciplinar los cuerpos de los sujetos productivos. Sólo disciplinando los cuerpos, y con ello, también los cerebros, se consigue una absoluta sumisión y obediencia a los dictados del mando capitalista.
¿Y la locura? La locura es la otra cara de la disciplinarización de los cuerpos. La inmaterialidad de las redes de comunicación, es decir, la imposibilidad de explicitar cara a cara los argumentos necesarios para el entendimiento, para el sentido.La aplicación de los protocolos en la red sanitaria, con los que también se impone el sin sentido a la hora de poder entender los porqués de una cierta política sanitaria. La aplicación de normas irracionales en la fijación de los criterios para los transportes de masas...Podríamos seguir poniendo un sinfín de ejemplos para explicar el por qué de una sociedad instalada en la más completa esquizofrenia.
Quedan ya tan lejos, e inalcanzables, aquellos viejos intelectuales que se sentaban en el Consejo de Ministros, afanándose, porque sabían de sobra que el tiempo se les iba de las manos, en reformar un país sumido en la miseria y en la superstición, que uno tendría la tentación de arrojar la toalla por la ventana. Pero no. Aquí todavía sobrevive una monarquía impuesta por el dictador y asesino africanista. Una democracia que no lo es. Y una ignorancia que atruena la razón en marcha. Vivimos una sesión contínua de la vieja dictadura que no acaba nunca, como los programas dobles que veíamos en los cines hace años y que podíamos repetir, una y otra vez, hasta que cerraran la sala.
La inteligencia colectiva que emergió el 15-M debe desalojar del poder a los energúmenos de la España de pandereta. El ancien régime y los hábitos dictatoriales deben ser arrojados al abismo. Si no lo hacemos, pronto, nos hundiremos como el perro de Goya y seremos arrastrados a las más negras tinieblas...

jueves, 5 de abril de 2012

POR EL PARQUE


La noche aparece tranquila. A pesar de que está anunciada esa fiesta de tradición anglosajona, contra nuestro Juan Tenorio, las calles que me llevan al parque no se llenan de un ruido especial. Justo en la entrada, nada más traspasar la verja, un grupo de máscaras se ha reunido. Seguramente darán con sus huesos en alguna de esas salas horteras donde sólo el alcohol, poco sexo, será capaz de ahuyentar, durante algún tiempo, escaso, con toda seguridad, los propios fantasmas...

Avanzo, ya dentro de los dominios del enorme parque, y estoy solo. No hay patinadores, ni ciclistas; ningún deportista exhibe esta noche, con nubes bajas incrustadas en el azul descolorido del cielo, sus cualidades más importantes. Nadie, ninguno, se interpone en mi caminar. Después de superar la ligera cuesta del Florida Park, una vez que comienza un suave descenso, observo delante de mí el infinito paseo de coches que parece perderse allá a lo lejos. Las líneas de sombras que las farolas dibujan sobre el asfalto refuerzan la sensación de inquietud. Me muevo dentro de un paisaje nocturno que parece un cuadro. Un cierto escalofrío recorre mi cuerpo. No me resulta difícil, aunque llevo puesto una especie de impermeable, notar cómo los pelos de mis brazos y piernas se erizan. Una mezcla de rara emoción y miedo hacen subir la producción de adrenalina.

Engullido por la masa oscura de los pinos y otras especies arbóreas sigo avanzando. En ciertos momentos veo, como si fuese un destello, la sombra de una figura humana que se pierde entre el espesor de los árboles con suma rapidez.

La negrura de los pinos se impone a la luz opaca de las farolas. Durante fracciones de pocos segundos aparecen iluminados, allá a lo lejos, lo que intuyo deben ser el Palacio de Cristal y el de Velázquez. Pero no estoy seguro, sólo sé que todo el escenario está completamente vacío y quieto. Sólo el sordo rumor, que me llega desde el lado izquierdo, a la altura de la Casa de Fieras, procedente del ir y venir de los coches, al otro lado de la verja, impiden que todo parezca una pesadilla.

Enfilo la avenida donde, al fondo, emerge oscura la figura del ángel caído. Nadie se interpone entré él y yo. A la derecha, una espesura, negra y profunda, me tienta a perderme dentro de ella. Aunque sé muy bien que jamás sería capaz de hacer tal cosa. El miedo, como una sombra perenne, se impone siempre ante el atrevimiento de un fugaz pensamiento desestabilizador.

De pie, delante de ese ángel que siempre cae, derrotado y vencido, como todos nosotros, la noche me pertenece. Doy vueltas alrededor de esa figura inestable que se alza frente a un enorme árbol que amarillea oscuro a la luz de una farola. Luego, algo aturdido por el paseo, doy con mis huesos en uno de los veladores y reposo durante unos minutos que me parecen eternos. Un sinfín de pensamientos, o quizás no tantos, aletean dentro de mi cerebro. Sin embargo, para mi propia alegría, prevalece el instante del cuarteto de cuerda del último acto de "La Flauta Mágica" del más grande de todos los compositores, Wolfgang Amadeus. Y esa música, única y enormemente humana, disuelve el lado oscuro del corazón.

domingo, 1 de abril de 2012

ESTACIÓN DE LAS DELICIAS



Dejando atrás la espléndida cubierta de hierro y cristal de la estación del Mediodía, descendemos hacia el Paseo de las Delicias. Cuando la pendiente nos traga, fuera ya de la agitación de la glorieta del Emperador Carlos V, en el lado izquierdo, aparecen de improviso los restos de las puertas de hierro forjado rematadas, todavía, por los antiguos pebeteros  que antaño alumbraron, a la luz de gas, a los atrevidos viajeros que embarcaban en el Lusitania Express camino de la más decadente de las ciudades de Europa, Lisboa.
Traspasado el umbral, una suave bajada, en ligera curva, empedrada de adoquines, enmarcada, en alguno de sus tramos, por la antigua valla que une los viejos mojones de ladrillo decorados en su interior por la cerámica azulada de Talavera, nos lleva a darnos de bruces con un nefasto edificio que oculta lo que está a punto de aparecerse ante nuestros ojos.
¡Ahí está! El triángulo de hierro fundido y cristal apabulla por su extrema simplicidad. La obscuridad de sus vidrieras, que apenas transparentan una cierta luz iridiada procedente del declinar de la tarde, se impone. Nadie, absolutamente nadie, cuyo cerebro siga emitiendo transmisiones neuronales, puede permanecer indiferente ante la contemplación de esa fachada negra y elegante.
Apartada de la vista general que otrora contemplaban los viandantes que subían y bajaban por el Paseo de las Delicias, la ajada dama opaca se esconde tras la mediocre arquitectura que la salvaguarda de las peores intenciones. Como si la historia hubiera pasado de largo, sin pretender ni tan siquiera rozarla, permanece impasible y segura ante los flujos del peor mal gusto que sacudieron la ciudad, una vez derrotada y mancillada por los insolentes asesinos de la inteligencia. Pero aunque el tiempo pudiera explicarse diciendo que es una sucesión de cadáveres, el arte que emana de la profundidad de su estructura desbarata a cada mirada esa pobre explicación.
Como el cuadrado negro de Malévich, la contemplación de esta fachada inquieta el alma y el pensamiento. Como en la pintura del suprematista, la luz es tragada por el cero absoluto. Algo, que a ciencia cierta no comprendemos, nos impide traspasar el umbral de su estructura. No lo haremos.
"Y sí haremos, pues estamos en mundo tan singular, que el vivir es sólo soñar; y la experiencia me enseña que el hombre que vive sueña lo que es, hasta despertar. [...] Yo sueño que estoy aquí, de esas prisiones cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi. ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son."

Calderón de la Barca, La vida es sueño
LA CIUDAD DE LAS TELAS DE ARAÑA




Asomados sobre el río azul, profundo, los ojos se nublan ante el inagotable espejo de miles de hilos de plata secados por el sol.
El zigzag vertiginoso de la ciudad impenetrable nos descubre sus torres y murallas cubiertas de dianas transparentes, finísimas.
Frente a esa arquitectura de líneas apuradas y claras, donde el oro resplandece sin cegarnos. Frente al color intenso, pero atenuado, de mil gamas diferentes, la veladura translúcida y levemente pegajosa de las telas de araña.
Ciudad vieja y rescatada del olvido de los tiempos. Puentes, de piedra y de hierro, poderosos. Laberinto enmarañado de iglesias y palacios como ensoñación verdadera. Luz límpida y opaca que recubre de pátina heróica el atardecer obscuro. Noche silenciosa que renace entre silbidos lejanos que se pierden en el trazado caprichoso de escaleras y castillos que emergen como espectros de un pasado confundido.
Y a la luz, amarillenta, de las farolas enmohecidas, la opalescencia plateada de las telarañas devoradas por nubes compactas de insectos insaciables y aturdidos.
UNA CASA




Portal oscuro de decoración disgustosa que esconde la alucinación. Corredores que giran y serpentean en un laberinto sin salida. Ir y venir de gentes sin patrias que se entienden sin palabras. Gritos y aullidos que expantan el tiempo de la reflexión. Vida y muerte que alumbran las fachadas de ventanas que transparentan un mundo. Lucidez y locura pelean a a muerte en el patio que se abre. El azul es un cuadrado que construye líneas infinitas
POSMODERNO




Seres perfectos y pulidos avanzan seguros en la noche que decide. Antros que son decorados de precisión milimétrica. Todo resplandece y se ilumina en la blandura simulada. Cuerpos de hormonas que explotan apretados en plexiglás de diseño. Discursos sin palabras que ansían tocarlo todo. Amargura reprimida de soliloquios onanistas. Ostentación inútil en espacios trucados. Aceptación del horizonte como único sentido. Violencia gratuita que encubre la frustración de un siglo.